sábado, noviembre 21, 2020

Náufrago (De encuentros y despedidas)

Escuchaba el debate sin tener las ganas de opinar dentro de aquel barullo. Simplemente prestaba atención a unos y otros esperando un espacio de tiempo para exponer mi punto de vista con tranquilidad. Es verdad, también cuidaba de que todo aquello se mantuviera dentro de los límites de una discusión civilizada.
Estaba en eso cuando por el lado derecho comencé a distinguir un objeto flotando a la deriva; lo quedé mirando mientras se aproximaba a la vez que seguía el hilo de la discusión que teníamos a bordo de nuestra balsa. No quise interrumpir y decidí esperar. Agucé la vista mientras se aproximaba para inquirir detalles que me digieran de qué se trataba; cosas como su origen o dirección, si eran restos de un navío o si simplemente era una boya abandonada por una embarcación pesquera.
Después de un momento pude reconocer sin duda que se trataba de una balsa de rescate; era del tipo de embarcación de emergencia que se puede encontrar en los barcos de carga. De pronto, observé un brazo que se alzaba y realizaba señas; tomé mi arpón y lo puse al alcance por seguridad; no me considero un tipo violento, pero en estos casos mejor prevenir, sobre todo cuando también estás a la deriva en una balsa de rescate y no has tenido contacto con otras personas en mucho tiempo, quizá años; ya casi no recuerdo cuando comenzó todo, tendría que revisar mis anotaciones y ver los registros que pudieran dar luces al respecto. No quise responder de inmediato al saludo; luego, una vez más; ahora sí levanté mi brazo en señal de saludo; algo alcanzaba a escuchar, pero la distancia aún impedía entender con claridad; mientras las balsas se cruzaban, intentábamos escucharnos, pero sin éxito. En el momento de máxima aproximación nos quedamos mirando en silencio uno al otro; no fui capaz de articular palabra, él bajó el brazo y calló también; entre esas dos miradas se instaló la extrañeza, el desconcierto, el temor, la fragilidad; el único sonido que podía escuchar era la corriente marina golpeando suavemente el borde de mi balsa. Nos comenzamos a distanciar de a poco, de manera lenta fue aumentando la distancia entre las embarcaciones; cuando nos percatamos de aquello, volvimos a levantar nuestros brazos; le grité un saludo que no escuchó, mantuvimos nuestros brazos levantados como diciéndonos adiós; por un instante sentí algo parecido a la ansiedad que asoma al momento de una despedida de dos personas que se conocieron, sin tener la certeza de que volverán a encontrarse.
Luego de perderlo de vista, apoyé la espalda en el borde de la balsa que en ese momento la sentí más grande que nunca. Quedé mirando fijamente la línea del horizonte, en silencio. No tuve el ánimo ni las ganas de retomar la discusión.

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