viernes, junio 12, 2020

Habitación 717

Cerré la puerta apoyando mi espalda sobre esta hasta escuchar el sonido de la cerradura que me entregaba la seguridad de estar a salvo; me quedé en esa posición por algunos minutos tratando de escuchar los sonidos del pasillo que para mí desgracia estaba alfombrado, lo cual complicaba el intento hasta lo imposible. Los sonidos que podía percibir provenían en su mayoría del área de ascensor y escaleras; algunas conversaciones que incluían risas y expresiones de asombro y que terminaban silenciadas tras las puertas del ascensor. Silencio. Agucé el oído: nada. Sentí que era más fácil percibir aromas, olores que se colaban por los intersticio de la puerta; aromas mezclados de perfumes, cigarrillos, aromas florales que por un brevísimo lapso de tiempo me trasladaron a una infancia tan lejana, tan pálida ahora de colores, que sentí como si esta ya no me perteneciera, como si el tiempo transcurrido rechazara la propiedad que de ella evocaba. Fue breve ese momento, sí, pero fue lo suficiente para querer permanecer en esos recuerdos; obligarme a prolongar la estadía en aquella fracción de tiempo. Exigir a mi memoria todos los detalles, todas las claves que conectaban por similitud de los aromas que ahora percibía. Tabaco rubio, lavanda -¡Oh! Está ardiendo en fiebre el pobrecillo... Contuve la respiración por unos segundos para volver a este presente de aromas conocidos; forcé la mirada absorbiendo todos los objetos que se encontraban en el cuarto; la luminosidad que se filtraba a través de las cortinas, los tonos. Comencé a recorrer la habitación mientras me desprendía de las últimas imágenes que acudían a mi memoria producto de simples aromas. La vida no guarda muchos misterios: comencé a desempacar mientras dejaba mi  existencia moverse libre de recuerdos que quizá no le pertenecían.