jueves, septiembre 24, 2020

Intermedio XIX

Estaba de espalda, tendido sobre un planchón de nieve a unos 3500msnm; la caminata de ascensión había comenzado a las 5 de la mañana y solo en ese momento tomé un descanso para recuperar algo de fuerzas y atacar la cumbre lo antes posible. La nitidez del cielo era abrumadora, con un azul tan intenso que me hacía suponer estar sumergido en él; la respiración agitada y el corazón a toda máquina haciendo fluir mi sangre. Y entonces ocurrió: apareció en mi campo visual, con toda majestuosidad, un cóndor andino de un tamaño imponente; mi cuerpo quedó petrificado, describió varios círculos sobre mí, sentí todo su poder y ventaja en ese escenario compartido; la altura a la cual realizaba su vuelo me daba la posibilidad de contemplar detalles que de otro modo solo encontraría en fotografías o videos; de su plumaje pude apreciar con toda claridad su hermosa golilla de plumas blancas en su cuello. 
De aquel encuentro, al recordarlo, indefectiblemente aparece la mirada inquisitoria de aquella formidable ave. Inclusive, al llegar a la cumbre con la alegría de haberlo logrado, de estar sobre los 3900msnm, con la vista que se perdía en todas direcciones sin límite; luego con la ruta de descenso sobre la nieve, bajando solo con la ayuda del piolet para controlar la velocidad; todos aquellos momentos están coronados por el encuentro con el espíritu de los Andes.

martes, septiembre 08, 2020

Café nocturno

Da lo mismo que se pierdan en aquellos extensos, infinitos caminos, retazos de sueños no vividos; que la muda palabra petrificada a orillas de aquellas rutas, suplicante como antaño lo fueran los sueños de personas ahora huesos. Nada rescatará con humano empeño ese extenso tiempo perdido; porque ahora nos gana el silencio, nos cubre el olvido; preámbulo piadoso de fresca y joven muerte, que posando sus labios sobre los nuestros, mudará en envejecida a esos ojos entonces muertos.