lunes, noviembre 02, 2009

Laguna Negra (I)

Aquella ruta cordillerana no se hallaba en los mapas camineros: la encontré por casualidad, como suele ocurrir con las cosas importantes. Tenía algo de espectral vista desde donde me hallaba; serpenteaba entre las formas de las laderas, inclusive, daba la apariencia de encumbrarse describiendo una línea casi recta, para luego perderse y volver a aparecer. Desde mí ubicación, en la cara norte de la quebrada, podía apreciar con esfuerzo buena parte de su trayecto, el cual se alejaba en dirección oriente.
De niño escuché leyendas sobre una ruta que llevaba hasta los pies de una mina de oro. Esta había pertenecido a una población originaria ya extinta, la cual desapareció en una misteriosa inundación: “Toda la población fue tragada por un monstruo negro de agua” dice la leyenda; y sí bien es cierto, con el paso del tiempo han llegado hasta nuestros oídos más de una versión, todas éstas coinciden con el mismo destino para aquellas personas. Quizá, eso sea lo mágico de la oralidad, y lo que en definitiva, le da permanencia en la memoria colectiva.
Luego de un momento, la ruta termino por desvanecerse ante mis ojos; miré con detención sin éxito alguno, busqué entre las formas y colores tratando de visualizar algo que se le pareciera, pero nada. Tal vez la posición del sol entregaba otro ángulo de luz y sombra, redibujando otras formas que llegaban como tropel hasta mí mirada. Estaba seguro que había recorrido esos parajes, sin encontrar rastro alguno de senda o camino. Queriendo seguir el juego propuesto por la casualidad, decidí prolongar por unos días más mí estadía en aquella zona.
Tuvo éxito la estrategia: al otro día, la senda volvió a aparecer ante mis ojos. Esta vez cuidé de tomar referencias que permitieran asegurar la posición y dirección de ésta, y la mejor forma de acceso; estaba en ello, haciendo las últimas anotaciones, cuando volvió a desaparecer; ubiqué las referencias geográficas sin problemas, intuyendo aquella ruta que escapaba a mí mirada entre las sombras; sentí un estremecimiento. Levanté el campamento y dispuse el resto del día para cruzar en dirección sur y estar al caer la tarde, al otro lado de la quebrada.
Al llegar, casi al anochecer, arme el campamento cercano a un litre hermoso y alto. Ingresé exhausto al interior de la carpa, con el propósito de comer algo y retomar mí lectura interrumpida por este azaroso evento. Mientras preparaba un emparedado frío, miré el libro que esta vez acompañaba mis horas: un volumen de Tolstoi, conteniendo una selección de algunas de sus obras. Una de las cosas que disfruto con este autor, es la carga de religiosidad y moral que les imprime a sus personajes.
Estaba recorriendo algunas páginas en la obscuridad, con una mínima luz dirigida sobre el texto, cuando llegó a mis oídos, el ladrido de un perro y la voz de un hombre que lo llamaba -¡Polo, ven acá!- Quedé inmóvil por algunos minutos mientras se alejaba; salí de la carpa, avancé unos treinta metros en dirección a lo que se supone, era el lugar por donde pasó aquel hombre, descubriendo con asombro lo que al parecer era una huella de algún camino antiguo; ahí estaba, casi imperceptible sobre las piedras, prolongándose por un par de metros, para luego desaparecer. Decidí volver al campamento y preparar el ánimo para el día siguiente. Fue imposible retomar la lectura esa noche, en su lugar, opté por descansar el cuerpo y tratar de dormir. Sueños vestidos de inquietud e incertidumbre acompañaron mi mente el resto de la noche.
A la mañana siguiente, y luego de un breve desayuno, recorrí el área en busca de algún indicio que reafirmara el paso de antiguas caravanas; sólo pude verificar la hermosura de aquella quebrada, adornadas por manchas de nieves y vegetación. Estaba claro que la ruta imponía sus condiciones para el que intentara recorrerla; durante toda esa mañana deliberé sobre las opciones que se presentaban. Estaba por desistir de la empresa, cuando una libre pasó rauda en dirección donde se supone estaba la mina; sonreí al recordar el cuento de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas –Está bien, iremos tras el señor conejo- dije en voz alta. Con la decisión tomada, esperé tranquilamente que llegara la noche.



Continuará...

3 comentarios:

SBM dijo...

Me quedo con la intriga hasta que decidas publicar la siguiente entrega. Será mejor que no especule.

Ferragus dijo...

Un saludo, amigo; gracias por tu visita.
En cuanto al texto, estamos igual: no sé a dónde se dirige este relato. Un abrazo SBM, desde este lugar.

Anabel Rodríguez dijo...

Sendas que aparecen y desaparecen, perros y amos algo fantasmagóricos... intriga total, caballero.