sábado, junio 08, 2024

Ciudad con artefactos

De todos los que estaban en la pieza, de cada uno de aquellos que miraban con asombro la escena que acababa de ocurrir frente a sus ojos, nadie fue capaz de advertir el engaño. Todos quedaron lindamente sorprendidos jurando a pies juntilla que aquello fue real.
Avanzaba la mañana y la mirada que lanzaba por todos los rincones buscando algo que ni él sabía de que se trataba, se volvía en un simple gesto de desesperación ante la inmovilidad de las cosas que lo rodeaban; aquellas porquerías amontonadas por todos lados, daba la exacta idea de que se trataba de una bodega. Se dirigió hasta la ventana, corrió la cortina con su mano y contempló el exterior. Afuera, en la calle, la gente se desplazaba como se supone que se debieran desplazar en una calle concurrida, abarrotada por automóviles, veredas estrechas, comercio ambulante, señalizaciones; sazonada con ruidos de toda índole, aromas propio de la digestión de aquella urbe que no paraba de rumiar nunca, ni de día, menos de noche; con un aroma que en ciertas épocas del año se transformaba en vapores que se impregnaban en las ropas de sus habitantes, volviéndose en una molestia conocida para todos aquellos, su prole.
Abajo, justo en la esquina, observa a una pasajera y su apuro atolondrado por abordar la locomoción. En su mente emerge una avenida distante, de otro tiempo, de otro lugar; cubierta por adoquines antiquísimos, con su superficie brillante por las eternas rodaduras de neumáticos a través de su historia, reflejando el brillo de un sol iridiscente de otoño. Simples trozos de memoria que desbordan su mente saturada de… ¿de qué? ¿recuerdos? ¿imágenes?. Pero sí ya no recordaba, no poseía recuerdos, tampoco historia; todo aquello era inventado, era tejido sobre un tiempo también inventado; quizá lo único real era su momento espacial, ahí.
Sus caminatas por esas calles inmundas eran su protección; estas conocían perfectamente sus pasos; sabían cuando estaba contrariado, cuando estaba tranquilo; cuando necesitaba más que nunca de ese incuestionable cobijo que lograba cruzando de una esquina a otra; ahora en una calle iluminada, ahora en otra a media luz… sabían de sus ansias de partir lejos de allí, pero aquellas, prestas a retenerlo, cambiaban de apariencia en cada esquina, haciendo a sus ojos un bálsamo ante los nuevos colores, las nuevas formas de sus vitrinas, escaparates, letreros. Sabía que allí estaba seguro, de que nada debía temer; que la promesa de aquellas calles se cumpliría una y otra vez: mil veces devorado y regurgitado mil veces más.
El acto de magia (si se le puede llamar magia) fue real, ocurrió así, tal cual. Nadie fue engañado. Afuera, comenzaba a caer una lluvia intensa, abundante; los presentes en aquel momento corrieron hasta la ventana para quedar deslumbrados por los brillos que adquirían las calles; la obscuridad de un cielo encapotado, la luminosidad de los escaparates descomponiéndose en cada gota de lluvia que caía, haciendo casi como un gran destello que asemejaba a una efervescencia lumínica.