Recuerdo cuando bastaba poner la cabeza sobre la almohada para quedar profundamente dormido. Qué no daría por recuperar esa capacidad. Claro que era bastante más joven que ahora; con menos cosas aprendidas a fuerza de vivir.
El recurso de oscurecer mí cuarto con cortinas gruesas e impedir que entre la luz del día, ha ayudado un poco a concentrarme en el sueño y tratar de invocar su benéfica presencia; hace mucho tiempo apagué el reloj que tengo sobre la mesita, para evitar la tentación de ver las horas trascurrir y dedicarme a recuperar el sueño, sueño que antes me transportaba a mis mundos construidos con apenas un puñado de recuerdos.
Lo único que no puedo controlar como quisiera, es el ruido exterior; ese ruido que me habla de la vigilia constante a la que está sometida la ciudad; ese tráfago de actividad que sí lo pienso mejor, bien podría interpretarse como la sumatoria de muchos como yo, que al no poder dormir, salieron a deambular por las calles a extenuar sus cuerpos en busca del agotamiento.
Quedo asombrado como se yergue un nuevo edificio; creciendo cada vez un poco más, pero sin detenerse. Maquinas, voces, luces y sombras; ruido que he aprendido a destramar hasta detectar la más simple de las sonrisas o el más quebrantador e imperceptible de los sollozo. Me pregunto cuántos pisos llegará a tener; si me tapará el sol poniente que tanto me gusta en invierno; o si se tratará de un edificio de oficinas o de viviendas. Muchos otros fueron demolidos para volver a renacer con nuevas formas.
Extraño los pasos de una señorita que habitaba el piso superior al mío; sus tacos siempre apurados en la mañana a eso de las seis y treinta, hablaban de su sensual pereza para despertar; algunas veces, en su apuro, se veía obligada a volver, para luego salir corriendo, dejando suspendido en el aire su perfume que tanto me agradaba. Han pasado muchas personas por ese departamento. Recuerdo también a un señor y su perro, si no me equivoco creo que le llamaba Pirata, o algo así; bastaba que este señor pusiera las llaves en el cerrojo, para que Pirata diera dos fuertes ladridos y se pusiera a saltar de alegría. Una pareja de ancianos con un gusto exquisito por la música. Una madre y su hija. ¡Díos, si sólo pudiera dormir!
Por una pequeña separación de la cortina, puedo apreciar como han comenzado a caer los primeros copos de nieve de este invierno, dejando en el olvido tantos días de calor que hacía más difícil mí empeño. Creo que sería mejor no pensar y dejar caer mí cuerpo junto a la imagen de aquellos copos, y simplemente tratar de dormir.
2 comentarios:
Cuando la simpleza del sueño se convierte en una enrevesada aventura.
Un saludo.
No podrían ser más exactas tus palabras, Laura; me gusta el sentido que adquiere esa aventura que señalas, tan llena de posibilidades.
Un saludo enorme que incluye beso.
Publicar un comentario