jueves, abril 07, 2016

Oficina de partes

…¡Pero cómo, señor conde! Cómo es posible que estas cosas se dejen pasar por alto, sobre todo cuando afecta a un funcionario de manera directa. –Expresó su desazón mientras dejaba caer su mano sobre la mesa en un gesto casi teatral, como si la noticia le provocara algo parecido a un vulgar deliquio. –Hacer prevalecer prejuicios y engaños con fines egoístas es una conducta inaceptable.
-Señor secretario, no tengo responsabilidad en todo este asunto. –Respondió acompañado de un rictus tan propio de su investidura. –Las cosas así están dadas; negarse, por otro lado, resulta impropio para un alma que se supone está preparada para los embates de la política. –Realizó una pausa y continuó. -Los méritos de algunas personas están validados por la opinión de los demás; si a estos les resultan útiles, pues bien por aquellas; en caso contrario caerán en el desprecio o, en el mejor de los casos, en el olvido.  –Con esta última palabra acompañó una mirada certera a los ojos del secretario quien había palidecido. Tomó su abrigo y preparó la retirada del pequeño y obscuro gabinete.
-Esto significa que nunca obtendré mi nombramiento en el ministerio. –pensaba en voz alta sin preocuparse de que el conde estuviese junto a él. – Son todos una verdadera plaga, miserables cortesanos. -Un sudor frío cubrió su frente mientras que la imagen de aquella cena encantadora la noche anterior se volvía gris y triste. Recordó una mirada que recibió desde el extremo del salón y que ahora tomaba su real significado: no considerar la opción de mostrarse servil, al parecer se convertía en una pequeña piedra capaz de detener toda la maquinaria que había intentado mover en su favor. –No dejaré de mantener mis principios. –Continuó. –Si esto significa la eliminación de mi nombre de la lista de promoción, que así sea.
-Es usted un filósofo, señor secretario  ¡Un verdadero filósofo! –Exclamó el conde con una sonrisa burlona mientras abandonaba con prisa el despacho.