jueves, noviembre 19, 2015

Fragmento de invierno

-Hay unas aves que viven en la parte alta del tejado; se fueron huyendo del frío, pero volverán. Quizá nos hemos hecho amigos y no me he dado cuenta; ya no arrancan ante los portazos o mi impertinente transitar. –Se incorporó de su asiento y dio una mirada por la ventana corriendo con cuidado el visillo que caía con gracia cubriendo los cristales. Afuera la nieve caía con insistencia acumulándose en todos los rincones del jardín. El cuarto, entibiado por una pequeña estufa eléctrica, hacía agradable permanecer en su interior a la espera de una posible mejora en la condición climática. –Con esta tormenta no podremos bajar al pueblo por los otros; se tendrán que quedar en la hospedería junto a la iglesia. La misma en la que te alojaste hace dos años ¿Recuerdas? –Preguntó a su amigo mientras soltaba las cortinas. –Lo recuerdo muy bien; y la razón por la que tuve que pasar dos noches allí es la misma que retiene al resto del grupo ahora. -Guardó silencio para ordenar sus pensamientos con la excusa de tomar un sorbo de té. Su anfitrión, que en ese momento volvía a su asiento, le miro con aprecio entendiendo el gesto. -¿Por qué te empeñas en aislarte toda la temporada de invierno aquí? –Preguntó, al tiempo que dejaba descansar la taza en el platillo que estaba sobre una mesita de madera que lucía una hermosa pátina adquirida con el paso de los años. -¡Acompáñame! Ponte el abrigo y salgamos; quiero enseñarte algo. –Le respondió con entusiasmo. Su invitado no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por la insospechada invitación; tomó su abrigo y se dispuso a seguir a su compañero que tomaba la delantera. Salieron del cuarto que daba a un pasillo que terminaba en una escalera que los condujo a la planta baja. Al abrir la puerta principal, una masa de aire helado les salió al paso; se apreciaba rastros de la tormenta en las esquinas del corredor exterior; unos metros más allá, estaba la escala de piedra de cuatro peldaños que daba a una especie de explanada empedrada que terminaba en un mirador. Llegaron hasta ese punto luego de sortear con esfuerzo la barrera natural impuesta por la nieve. Se aproximaron lo más posible al borde y se quedaron contemplando el paisaje. La nieve caía con insistencia envuelta en un vaho blanco que se prolongaba hasta borrar las cumbres más altas. –Dime. –Preguntó a su amigo que se encontraba absorto ante el paisaje. -¿escuchas algún sonido? –Aquel se le quedó mirando un momento mientras aguzaba su oído en busca de algún sonido. Pero nada: solo escuchaba su respiración; el más absoluto silencio los envolvía en ese momento. –No se percibe sonido alguno. –Contestó.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

pero todo silencio contiene todos los sonidos...

Ferragus dijo...

Comparto tu punto de vista.