domingo, diciembre 28, 2014

Intermedio XIV

Hace un par de días terminé la novela Doctor Faustus, de Thomas Mann, cuya lectura ayudó a despejarme un poco de todo el ambiente parisino que construye Balzac en sus novelas. Leyendo sus certeras descripciones, da la impresión que este último fue un arquitecto frustrado, y que de no haber sido por quién sabe qué albur, bien podría haber terminado diseñando y levantando todas aquellas construcciones que detalla en cada una de sus obras. Si usted quiere conocer Paris del siglo XIX, lea Balzac; si quiere interiorizarse de la distribución de sus barrios, pues bien, lea a Balzac; o mejor aún, si quiere saber cómo vestir en una soirée acaparando todas las miradas de los asistentes, debe, sin duda alguna, leer a Balzac.
Doctor Faustus me permitió un respiro de toda aquella atmósfera; entregó la más agradable música a cargo de grandes compositores clásico como Beethoven, Dvorak, por nombrar a algunos; de este último, preste oídos a una obra breve para violín titulada Humoresque, una delicia. La pintura también estuvo presente, y de esta destaco a Alberto Durero, el gran ejemplo del renacimiento alemán, que por curiosa sincronía, tuve la posibilidad de ver una muestra bastante amplia que se presentaba en Santiago en ese momento - ¡ah! las sincronías, que bellas son algunas-. Pero también entrega luces a todo ese conflicto social de una nación, que tiene como sustrato los logros, también los miedos, las nuevas necesidades no satisfechas, la incertidumbre del nuevo siglo y que se materializa en una de las mayores muestra de la locura humana, tal es la primera y segunda guerra mundial, que para mí se trató de un solo conflicto armado, con una inusual tregua entre ambas. Aquí aparece otra sincronía, y es que al momento de estar leyendo a Mann, se cumplía cien años del inicio de esa terrible locura.
Si desperté su curiosidad, no será en vano: tendrá la posibilidad de dar un vistazo a esa tan convulsionada primera mitad del siglo XX en Europa, especialmente en Alemania.

PS:
Tengo la impresión que Adrián Leverkuhn, Emil Sinclair y Ulrich, hubiesen sido grandes amigos.