lunes, enero 13, 2014

La decisión

la chica de la bici no me ve. Me escondo a su mirada; no quiero que sepa que estoy allí. Se aleja suave por el camino del parque hasta desaparecer. Cualquier día le hablo; le explicaré que el amor nace, al parecer, como las callampas, o sea en cualquier lugar. No, mejor no; suena poco poético dicho así. Le diré que me basta saber que ella existe en este parque para querer venir. Le quiero tanto que se lo diré tal cual; y es tanto lo que la quiero, que no me importa si ella sólo me sonríe y sigue pedaleando hasta desaparecer.

viernes, enero 10, 2014

Intermedio XII

Recuerdo que tenía un cuaderno donde guardaba relatos breves que surgían de manera caótica en una mente joven e inquita, hoy sólo inquieta, habrá de saber usted. Alcancé a tener un número importante de textos breves y poemitas que, desde un punto de vista onanista, como diría una egregia amiga, me resultaban aceptables. A estos los acompañaba, a veces, con una ilustración que improvisaba, intentando darle un soporte al texto. Qué lindo. Así transcurrieron las páginas en una época donde la inspiración estaba en todos lados. Como dato adicional le contaré, intrigado lector, que comenzaba mi vida laboral en un puesto de trabajo que se desarrollaba en la noche, lo que me permitía estar en tranquilidad al momento de intentar una creación literaria.
Con el advenimiento de la tecnología alguien me convenció que traspasara todos mis textos a un computador, que estando estos allí, estarían libres de extravío o cualquier desgracia semejante. La idea me pareció estupenda así es que me di a la tarea de trascribir, previa rigurosa selección, los textos que supuse tenían algún valor literario, obteniendo con esto una selección de todo mi gusto, un auténtico florilegio (…)
Pero ha de saber, contemporizado lector, que al tiempo después, el azar diría su última palabra en la forma de una fuerte variación de voltaje, provocando una vulgar quemazón de silicios en la tarjeta controladora que traen los discos; si nunca ha visto uno de cerca, levántese de su mullida posición y desarme su porquería de computador, extraiga el disco duro o HD y vea con sus propios ojos singular artilugio. Ese vórtice de electrones, esa abyecta manifestación física, destruyó el trabajo de un escritor en cierne que se confió de la incipiente tecnología. De haber seguido con el cuadernillo quizá aún tendría su trabajo intacto.