jueves, agosto 01, 2013

Probabilidad cuántica (o el exceso de Merlot)

No me gusta juzgar a las personas por sus desaciertos, pero la verdad que Jean-Poul es un idiota de aquellos. Está bien ser claro en nuestros principios y estar dispuestos a defenderlos, pero otra cosa muy distinta es ignorar todo sentido común. Me explico. El susodicho porfiaba que perfectamente podía lanzarse a un agujero negro (empiece a dimensionar el asunto, por favor) y gracias a la aceleración que alcanzaría la masa total de su cuerpo, una vez traspasado el umbral del horizonte de sucesos, podría convertirse en luz… ¡en luz! Los comensales que estábamos reunidos (compartíamos un cerdito lechón esa tarde) nos mirábamos desconcertados como buscando un punto de apoyo para darle crédito a tamaña tontera. Con los minutos, el punto de vista fue adquiriendo ribetes de una verdadera ponencia, que incluso fue acompañada por más de un dibujo trazado en el suelo (sí, era un asado al aire libre, una jira se podría decir) realizado con un bastón a guisa de lápiz maniobrado con destreza y entusiasmo por el improvisado orador. 
Un esotérico podría, quizá, encontrar razón en todo aquello. Yo, que particularmente no soporto quemarme un dedo con un fósforo, no podía imaginar siquiera las temperaturas a que tendría que someter mi cuerpecito en tan azaroso viaje. Miré de soslayo a su esposa que se llevaba la copa hasta los labios en ese momento, y pude distinguir una risita cómplice que le dirigía a la dueña de casa (mi mujer). La novia de uno de nuestros amigos, una muchacha de poco más de veinticinco años, condescendía con la cabeza a las explicaciones dadas por Jean-Poul; en algún momento de la disertación, aquella opinó que era completamente posible; que todos nosotros somos seres de luz y que nuestros cuerpos son la coraza con la que nos hemos castigado nosotros mismos (¡¿?!) que la industrialización y el consumismo sólo nos ha alejado de la luz universal (risas) que debiéramos, como sociedad, luchar por volver a ser seres de pura energía (más risas). Otro del grupo, Eduardo, conocido por su contemporización a ultranza ante opiniones dispares, recorría los vasos de los asistentes, provisto de magnánima jarra conteniendo el mejor de los vinos Merlot del valle. Al llegar hasta mí, y mientras escanciaba el noble líquido en mi vaso, me preguntó con tono guasón “¿Tú qué crees?” Luego de haber estado libando casi toda la tarde y afectado por los grados alcohólicos; con las montañas imponentes proyectando sus sombras; las risas de genuina amistad; la alegría sostenida en el ambiente, sólo pude contestar “Pude ser… Por qué no”