martes, diciembre 18, 2012

Intermedio XI

No es cosa fácil avanzar en la lectura; al día de hoy he llegado con mucho esfuerzo al tomo número cuatro de la comedia humana. Pensé (¡ja!) que la tendría lista por ahí en el mes de septiembre; que para entonces enfrentaría el último resto pendiente que mantengo con Thomas Mann, por ejemplo. No es que Balzac sea laberíntico o su prosa en extremo confusa, al contrario: tiene una fluidez que dan ganas de no parar. El problema apareció por mi lado; por esto que algunos reconocen como tráfago; otros, con tintes metafísicos lo llamarán azar, qué sé yo. Para mí fue pura y sencillamente el día a día.
Sin embargo, hasta ahora no está mal. Lo único que tendré que hacer es prolongar los plazos y seguir disfrutando de esta obra; obra que a pesar de los años en que fue concebida, no deja de tener, o de entregar si se quiere, una actualidad que hace sonreír.
Hace poco tiempo, conversando con una amiga de literatura, me preguntó por la calidad de Dostoievsky en relación a Balzac. Es bien difícil ser objetivo al respecto, sobre todo cuando no se tiene la posibilidad de leer a los autores en cuestión desde su original; así y todo intenté un respuesta lo más honesta posible. Y es que con en el primer autor, lo principal pareciera ser el viaje por la psique del los personajes; mucho de los paisajes descritos por el ruso están dados en términos generales, no quiero decir en forma mezquina, sino adecuada. Con el otro, el entorno cobra vital importancia: la descripción que realiza de la vida parisina; sus salones llenos de gente haciendo gala de sus encantos; el arte de la sociabilidad; la descripción de sus calles o de la campiña, todo ese detalle se vuelve capital en el relato.
Este punto satisfizo a mi interlocutora quien se quejaba del poco tiempo que existe para la lectura.
Hoy en día, si no puedes decir algo en poco más de ciento treinta caracteres, muy pocos tendrán el tiempo de leerte.

La visita de un amigo.

Mi buen amigo Ferragus, se devana los sesos tratando de sacar en forma de texto las mil ocurrencias que de su febril imaginación por momentos brotan. Le explico que se lo tome con calma, que es sólo producto de su excesiva lectura; que es como una suerte de residuo o cristalización al final de la lectura, nada más -¡Por eso mismo tengo que escribir!- Me responde con ánimo.
Escribir por exceso de lectura. Me pareció interesante la idea pero no sé si podría validarla como cierta. Tampoco tengo las ganas siquiera de hacer algo más que la simple teorización del asunto para aclararlo. Pero le creo: es un entusiasta de la lectura.
Lo noto ocupado con su lectura y prefiero no quitarle tiempo; tiene un bonito paisaje desde su ventana. Puedo apreciar las cumbres cordilleranas con algunas manchas de nieve dejadas por el pasado invierno; un damasco cargado de frutos próximos a madurar y un álamo enorme con su follaje prodigando sombra. Le dejo tranquilo en su entorno. Salgo de su cuarto tratando de no interrumpir. Justo a la salida, casi en el dintel de la puerta pregunta -¿volverás ponto a visitarme?- Mi sonrisa le anticipa la respuesta y sonríe también -Sólo me tienes que llamar- Respondo.