jueves, agosto 16, 2012

David, Margot, Puerto Montt (II)

Al día siguiente, Andrea se hizo acompañar de Margot; se sentía particularmente débil y prefirió quedarse en casa suspendiendo la visita que tenía programada a una amiga para ese día. Durante todo la mañana se dedicó a ordenar los insumos que se necesitaban para las clases que allí impartían, anotando todo aquello que hiciera falta. Margot la observaba desde su ubicación, cuidando de no encontrarse con la mirada de ella; el lance de la noche anterior, si bien es cierto no había dañado la confianza entre ambas, propició un silencio que se hubiese prolongado de manera fácil el resto del día de no ser por la premura que tenía Margot de comunicarle a Andrea sus planes.
-He estado pensando, Andrea –Intentando con esta formula captar la atención de su prima. –Y creo que realizaré el viaje a Europa primero y a la vuelta veré el tema de la exposición.
Su interlocutora dejó por un momento lo que estaba haciendo y un poco desanimada y con evidente desgano le quedó mirando. No era que la idea de Margot la sorprendiera, muchas veces expusieron esa misma posibilidad. El punto que cansaba a Andrea, era esa detestable costumbre de dilatar los asuntos en el tiempo.
-¿Finalmente viajaras? –Le respondió
-Creo que sí.
-¿Y qué pasará con David…? –Inquirió Andrea.
-No lo sé la verdad; siento como si todo esto ya no estuviese en mis manos.
Por primera vez se quedaron mirando y pareciera que todos los intentos de decir o hacer, fueron reducidos a una simple mirada.
-Saldré a caminar el resto de la mañana. –Dijo Margot, rompiendo el silencio instalado.
-Hacia dónde irás.
-Caminaré por la costanera en dirección a la estación. –Respondió mientras giraba su cuerpo sobre sus pies, abandonando el taller de clases.
Una vez fuera de casa, dirigió sus pasos hacia la costanera para disfrutar de la brisa marina que se levantaba en los rompe olas que allí había. Muchas veces estuvo en ese lugar junto a David, inclusive fue allí donde se vieron por primera vez ¿hace cuánto desde aquella oportunidad? Toda una vida según sus palabras.
Cuál es el secreto del primer amor; por qué su presencia no nos abandona el resto de nuestras vidas; por qué señorea sobre nuestras emociones, causando muchas veces ese desasosiego que nos altera el sueño; que baña con suave sudor nuestras manos, o nos hace tocar el delirio cuando nos reúne.
Sus pasos era lentos sobre la húmeda costanera; su mirada salía disparada hacia un horizonte en donde el cielo y el mar se hermanaban casi como un encuentro por ambos anhelado. Pensaba en las palabras de su prima la noche anterior; sintió una secreta vergüenza al percatarse que Andrea siempre supo del encuentro de ella con David aquella noche de navidad, y sin embargo supo entender. Sentía como un refugio la amistad inquebrantable de su prima y por ello le guardaba una secreta admiración. No quería seguir en esa situación; muchas veces en su habitación sentía como si toda su vida se hubiese fragmentado en trozos que ahora le era imposible reunir.
A medida que su caminata fue sumando pasos y el tiempo pareciera que suavizaba su inexorable marcha, las nubes de su mala disposición fueron abriendo de a poco el paso a la claridad de sus recuerdos y en ellos se quiso extraviar…
En cuanto ocupó su lugar en el compartimiento, recibió a través de la ventanilla la sonrisa que le entregaba David; fue casi como una respuesta refleja en él a la sonrisa instalada en el rostro de ella; le vio dar media vuelta, para luego perderse entre la gente que a esa hora repletaba el área de embarque. “La escena de una película mediocre” pensó ante la incomodidad que le provocaba aquel momento. Con el ánimo contrariado, comenzó a jugar con el reflejo de su rostro en la ventanilla, acomodando su cabello que rozaba un lado de su rostro. Sintió algo parecido al pudor, al imaginar que ese reflejo, sin poder ella evitarlo, escrutaba en sus gestos y mirada, el verdadero dolor que aquella despedida le generaba.
Con el típico empujón que se siente al romper la inercia del reposo, el tren lentamente se puso en movimiento, abandonando de manera pesada la estación; Margot miró la hora en su reloj, eran las siete pasado treinta y dos de la mañana. Nuevamente se acomodó en su asiento con una extraña sensación de abandono; por un largo momento dejó la mirada en los objetos y personas que quedaban como estáticos mientras el tren ganaba velocidad, sintiendo ese amable traqueteo que tanto le gustaba. Esto la puso de mejor ánimo, y le dio oportunidad de pensar en el desayuno. Se levantó de su asiento abandonando el compartimiento y se dirigió hasta el comedor; lo hacía por una razón práctica: el área de comedor, a esa hora, estaba casi en su totalidad disponible; lo cual mejoraba de manera significativa la atención. Se alegró al constatar que esta vez tampoco fallaba su cálculo; tomó ubicación en su lado preferido y se dispuso a disfrutar del desayuno.
Una vez que estuvo devuelta en su asiento, extrajo de su bolso un libro que había seleccionado para ese viaje, sin embargo, unas páginas más allá se encontraba extraviada en los últimos rincones de su conciencia. Sabía de manera categórica que no estaba prestando atención al libro; continuaba recorriendo las líneas, avanzando de manera mecánica por las páginas, sin lograr que aquellas la rescataran. Esto le daba la sensación de quedar dividida en dos seres distintos: uno de esto sostenía la realidad inmediata, mientras el otro, se dejaba caer sin control por esos abismos que por momentos le resultaran aspérrimo a su frágil corazón. Poco podía hacer ante el vértigo que le provocaba las imágenes que se sucedían una tras otra; la más recurrente, la que siempre estaba presente, era la de una muchacha arriba de un árbol coloreando un cuaderno; se quedó más de lo habitual en esa imagen, e insistió en seguir viajando a través de aquella sensación: la muchacha levantó la mirada en dirección a un grupo de personas que estaban reunidas bajo un abeto; pudo distinguir entre todos a una mujer que resultaba ser ella; luego, desde esta nueva figura, miraba hacia el árbol y podía distinguir a aquella niña coloreando un cuaderno de dibujo; esta visión le generaba gran dolor a la mujer, una suerte de envidia hacia la pequeña, que despreocupada de todo y absorta en los colores, viajaba. Volvía a ser aquella muchacha y sentía pena y miedo de la mujer que le miraba…
Las personas que a esa hora pasaban por la costanera junto a Margot, muchas de ellas con evidente apuro, dejaban en ella un rastro de colores y formas que sin duda ocuparía en sus creaciones plásticas; eso la hizo sentir mejor al reconocer la inspiración que se asomaba con timidez en ella. Había logrado tranquilizar su espíritu y sin tener la seguridad de una determinación, ya intuía la ruta que debía seguir. Aceleró sus pasos con la clara idea de disfrutar de un café en un local no distante de allí; era un local pequeño pero con una vista increíble al que acostumbraba visitar en sus días de universidad junto a otros estudiantes.
Tomó asiento en su lugar favorito y fue atendida de manera cordial por el dueño al que conocía desde siempre.
-Qué sorpresa que vengas por estos lados, Margot. –Saludó
-Siempre con ganas de venir, pero ya sabes lo que es tratar de hacer un poco de tiempo para saludar a los amigos. –Contestó ella con su rostro feliz por el encuentro.
-Ya lo creo. Tu taller demanda casi todo el tiempo del que dispones.
-Y no te equivocas, Carlos; hace más de ocho meses que planeo vacaciones y aún no logro ordenar las cosas.
-Pero dime, qué te preparo para esta mañana fría.
-Lo de siempre, pero esta vez con un poco de canela sobre la espuma.
-Descuida, personalmente lo prepararé para ti. Me alegra que hayas venido.
-Gracias, también me alegro de estar aquí.
Luego de tomar el pedio se disponía a marchar, cuando fue interrumpido por la voz de su amiga.
-¿Tienes un lápiz que me facilites, Carlos?
Este, deteniendo la marcha y volviéndose hacia ella, tomó uno desde el bolsillo de su chaqueta y con una sonrisa se lo entregó.
Extrajo de su bolso un pequeño cuaderno donde realizaba bosquejos y anotaciones, y apurando el paso de las hojas escribió como encabezado en una de ellas “Europa” Levantando la mirada hacia la costanera por la cual había llegado, y dejándose arrastrar por el movimiento del mar, comenzó a planificar su partida. Anotó a manera de lista, algunos puntos que le parecieron importantes.
Y así fue trascurriendo la mañana: a su primer café le siguió otro; de la lista para el viaje le continuó un boceto de una mujer; disfrutaba de la vista que tenía desde su ubicación; luego retomaba sus ideas para el viaje. Carlos, su amigo, le miraba con alegría desde el mesón; hacía mucho que no veía a Margot concentrada y contenta con algo.
Aquella mañana entraba a la estación de Temuco el tren proveniente de Santiago; de manera pesada se movía los últimos metros hasta detenerse por completo. David se encontraba despierto y de buen ánimo; con un apetito voraz, como si no hubiese comido en días. Luego de la entrada, el tren se dispuso a una detención de veinte minutos antes de continuar su itinerario a Puerto Montt; tiempo suficiente para bajar a desentumecer las piernas en una breve caminata y volver a tiempo a desayunar. Al descender del tren formó parte de esa gran masa de gente que se reunía allí por motivos diferentes. Era una especie de marea humana donde el desorden era total, pero sin embargo un orden superior coordinaba el movimiento de todos en ese lugar. Los aromas que traía el viento cambiaban a cada paso que se daba; pan recién horneado; aromas de té y canela; frituras que volvían agua la boca; voces promoviendo sus productos; niños ofreciendo emparedados de jamón y queso fundido; más allá un señora sentada en sus piernas gritando sus yerbas medicinales, impregnando aromas de vegetación; un perro ladraba a las palomas estirando lo más que podía su pescuezo, las que atemorizadas se refugiaban en lo alto de la bóveda que les prodigaba la estación. Miró hacia adelante apreciando una cortina de neblina que sobre esas tierras se arrastraba, distinguiendo apenas las formas y colores del paisaje. Conocía muy bien todas esas cosas, las había visto muchas veces desde pequeño, se podría decir que no necesitaba mirar para saber que estas estaban allí. Un deseo de salir corriendo y perderse en ese paisaje que lo consideraba protector, fue su primer impulso. Añoraba dejarlo todo; correr hasta las cordilleras; vivir como un ser natural más; olvidar sus ropas y posesiones y simplemente ser paisaje; remontar un río hasta su nacimiento; descansar a los pies de un glaciar escuchando en silencio el crujido de los hielos…
-¿Ves este paisaje, Margot? En nada ha cambiado desde que subí por primera vez junto a mi padre. –Explicaba excitado y con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la ascensión.
Unos pasos más atrás subía su compañera de excursión agotada al igual que David. Al llegar a la cima, Margot solo pudo abrazarlo y exclamar con alegría “lo logramos”
-Qué hermoso es todo esto; estoy en el cielo. –Hablaba mientras miraba en torno suyo.
Se abrazaron en un silencio que los acogía; un viento frío cubrió sus cuerpos llevando su rumor hasta sus oídos; luego de un extenso momento, y antes de comenzar el descenso, David la tomó entre sus brazos y la besó.
-Te quiero. –Le susurró Margot a David.
-Entonces te gané. –Contestó él con una sonrisa.
-¿Por qué?
-Porque yo te amo. –Respondió.
Ella lo quedó mirando en ese abrazo que aun perduraba; el Tiempo se detuvo a contemplar la escena: sí, ella también lo amaba.
-¿Quieres aprender a descender sin esquíes? -Le propuso a su compañera con mirada de emoción.
-Bueno, dime qué hago. –contestó ella con determinación.
-Apoya todo tu cuerpo sobre los talones; así –Le mostraba a Margot- luego, con el bastón controlas tu velocidad de descenso y dirección. Bajaremos por esa mancha de nieve, debe tener por lo menos unos trecientos metros de extensión y se ve suave y sin pendiente brusca ¿Qué dices?
-¡Vamos! –Exclamó Margot, llena de emoción por la nueva experiencia
Se lanzaron al unísono como niños ante la aventura, dejando una doble estela abierta en la nieve…
El tren lanzó un primer aviso provocando un sobresalto en David, dio una última mirada y apuró la compra del periódico para abordar lo antes posible el tren.



Continuará...