martes, agosto 23, 2011

Perpetuo insomne

Recuerdo cuando bastaba poner la cabeza sobre la almohada para quedar profundamente dormido. Qué no daría por recuperar esa capacidad. Claro que era bastante más joven que ahora; con menos cosas aprendidas a fuerza de vivir.
El recurso de oscurecer mí cuarto con cortinas gruesas e impedir que entre la luz del día, ha ayudado un poco a concentrarme en el sueño y tratar de invocar su benéfica presencia; hace mucho tiempo apagué el reloj que tengo sobre la mesita, para evitar la tentación de ver las horas trascurrir y dedicarme a recuperar el sueño, sueño que antes me transportaba a mis mundos construidos con apenas un puñado de recuerdos.
Lo único que no puedo controlar como quisiera, es el ruido exterior; ese ruido que me habla de la vigilia constante a la que está sometida la ciudad; ese tráfago de actividad que sí lo pienso mejor, bien podría interpretarse como la sumatoria de muchos como yo, que al no poder dormir, salieron a deambular por las calles a extenuar sus cuerpos en busca del agotamiento.
Quedo asombrado como se yergue un nuevo edificio; creciendo cada vez un poco más, pero sin detenerse. Maquinas, voces, luces y sombras; ruido que he aprendido a destramar hasta detectar la más simple de las sonrisas o el más quebrantador e imperceptible de los sollozo. Me pregunto cuántos pisos llegará a tener; si me tapará el sol poniente que tanto me gusta en invierno; o si se tratará de un edificio de oficinas o de viviendas. Muchos otros fueron demolidos para volver a renacer con nuevas formas.
Extraño los pasos de una señorita que habitaba el piso superior al mío; sus tacos siempre apurados en la mañana a eso de las seis y treinta, hablaban de su sensual pereza para despertar; algunas veces, en su apuro, se veía obligada a volver, para luego salir corriendo, dejando suspendido en el aire su perfume que tanto me agradaba. Han pasado muchas personas por ese departamento. Recuerdo también a un señor y su perro, si no me equivoco creo que le llamaba Pirata, o algo así; bastaba que este señor pusiera las llaves en el cerrojo, para que Pirata diera dos fuertes ladridos y se pusiera a saltar de alegría. Una pareja de ancianos con un gusto exquisito por la música. Una madre y su hija. ¡Díos, si sólo pudiera dormir!
Por una pequeña separación de la cortina, puedo apreciar como han comenzado a caer los primeros copos de nieve de este invierno, dejando en el olvido tantos días de calor que hacía más difícil mí empeño. Creo que sería mejor no pensar y dejar caer mí cuerpo junto a la imagen de aquellos copos, y simplemente tratar de dormir.