viernes, julio 22, 2011

Hegel no asistió

-…No sé si ustedes estarán de acuerdo conmigo, pero resulta triste en algunos momentos sentir que sólo se vive de trozos ajenos y no obstante, insistir en una pretendida originalidad.
-Pero eso no tiene porque ser motivo de tristezainterrumpió alguien con seguridad- En mí caso, siento como si recogiera aquellos trozos con el anhelo de adornar o hacer más hermoso el entorno que construyo para mí.
El resto seguía conmovido por los acordes de la sinfonía número cinco de Mahler
-Sí, está bien. –Contestó-
Es sólo que se siente tan ajeno. Bien podrías lanzar todo por la borda, y no extrañarlo siquiera.
-¿Hablas de trascender?
–Interrumpió uno que miraba encantado el paisaje invernal- ¿A eso te refieres?
-No, no me refiero a eso. –Respondió con desgano-
¿Cómo podríamos siquiera intentar trascender? Aludo al hecho de la carencia de originalidad; al que nuestra sociedad nos haya convertido en simples usuarios de algo, de lo que quieras, pero usuarios al fin.
Afuera comenzaban a caer los primeros copos de nieve, cubriendo con delicadeza el paisaje que a esa hora se apercibía a descansar.
-Yo me siento original. –Declaró la anfitriona-
Cada cosa que hago queda con mí impronta; por ejemplo esta tarta, quedó como yo quería y está deliciosa.
Todos aceptaron con agrado el ejemplo, mientras que algunos recurrieron a las últimas porciones disponibles en la mesa.
-Aunque no es la única tarta que hay en el mundo, por cierto. –Expresó uno de los últimos invitados en llegar.
-Definitivamente es una lástima que no asistiera Hegel a esta reunión. –Agregaba una invitada, al tiempo que bebía con desgano su último sorbo de coñac, provocando la risa general.
Fueron esas risas las que llegaron hasta la habitación, despertándolo de manera abrupta de su sueño. Se incorporó de la cama no sin esfuerzo, y se dirigió hasta la ventana, comprobando que la noche y la nieve ya estaban instaladas en el lugar.

jueves, julio 07, 2011

El copista

Con las madrugadas aprendidas de memoria, dirigíase hasta la obscura y fría biblioteca, disponiéndose a comenzar una nueva jornada de traducción. De manera prolija tomaba la pluma entre sus dedos, untando con cuidado el extremo de aquella, como dándole de beber. El ulular del viento se colaba por entre los altos techos, amortiguando cualquier otro sonido del lugar, en especial, los súbitos sollozos que aquel hombre dejaba escapar.