miércoles, octubre 06, 2010

David, Margot, Puerto Montt

Sentía todo el peso de su cuerpo soportado en el cómodo asiento; las imágenes exteriores comenzaban a pasar como una película muda ante sus ojos, a medida que el tren ganaba velocidad. Eran las últimas escenas que podía percibir antes de la espesura de la noche. Se levantó de su asiento y apagó la luz de su compartimento quedando en completa obscuridad, disfrutando de las postreras siluetas que se agolpaban en el vidrio como si quisieran entrar. El viaje en busca de Margot, se había iniciado.
-¡Detesto este clima! –Se hablaba a sí mismo, mientras que con un gesto de desagrado corría la cortina de baño para ingresar a la ducha. El sol en el valle, ese sol del estío que hacía difícil casi el simple acto de respirar, le provocaba un embotamiento en su cabeza que por lo general, terminaba con una jaqueca al finalizar el día.
La sala de baño, por él diseñada, tenía una configuración tal, que permitía disfrutar de una ducha apreciando la vista general del valle. Una vez dentro, abrió el grifo de agua y una suave y persistente lluvia comenzó a mojar todo su cuerpo. Se quedó por un momento, estático, como perdido en pensamientos lejanos; sintiendo los golpecillos que le prodigaban cada una de las gotas de agua que hacia él viajaban. Luego, percibió una sombra que ingresaba a la sala de baño, acercándose suave hasta enfrentar la cortina ahora cerrada. Pudo distinguir la hermosa mano de ella tomando el borde de la cortina, casi como preámbulo de su belleza
-¿Se puede? –Preguntó Margot, deslizando tranquila el resto de la cortina. La sonrisa instalada en el rostro de él, fue evidente para ella que terminó por ingresar a la ducha junto a David.
-¡Calor de mierda!... ¿Cuántos grados harán? –Preguntó a su compañera que en ese momento se disponía a tomar su hermosa cabellera rubia con una especie de bramante.
-Ayer llegó a los treinta y cuatro; ahora serán un par de grados más. Está insoportable. –Respondió en medio de la maniobra de tomarse el cabello.
-¿Ves? Si te mudaras a Puerto Montt, nada de esto ocurriría. –le reprochó en tono de juego a su compañero, mientras desplazaba su cuerpo bajo el agua. David, con la vista perdida en el paisaje, giro su cabeza en dirección a ella verificando lo hermosa que se veía bajo el agua.
-Quizá un día lo haga; liquide todo en Santiago y me largue ¿estarás tú, para ese momento?
Margot lo miró con esos ojos que él conocía tan bien; le tendió la mano; lo impulsó hacia ella y se abrazaron.
-Servicio de comedor, señor…
Se incorporó como salido de un profundo sueño; abrió la puerta de su compartimiento y dio la conformidad a la pregunta que se le hiciera.
-Sí, por favor; estaré a las nueve pasado treinta, gracias.
Al llegar la hora de la cena, se levantó de su asiento y se dirigió al área de comedores del tren; cerró la puerta del compartimento y al momento de encaminar sus pasos, le inundó un aroma parecido a la lavanda que le acompañó hasta la entrada del comedor. El ruido de las conversaciones; el sonido de las copas en señal de algún brindis; los rostros de los pasajeros; no era otra cosa sino la escusa feliz para él, de pasar inadvertido hasta su mesa y esperar la sorpresa de un menú siempre novedoso y perfecto. No tenía memoria de haber encontrado insatisfactorio la preparación de algún plato en aquella línea de trenes. Su padre, siendo él un pequeñuelo, lo llevaba en alguno de sus viajes de negocio durante el periodo de vacaciones, utilizando siempre la misma empresa de ferrocarriles, aduciendo el padre, lo magnífico de su cocina y atención.
Tomó asiento en el costado derecho del carro, con respecto a la marcha del tren, mirando hacia la dirección de avance. Como si lo estuviesen esperando, un joven le entregó la carta de manera solícita, mientras le ofrecía un aperitivo para la espera. Dio una rápida mirada a la oferta, la cual no logró despertar mayor interés, no por una cuestión de inapetencia, sino más bien de estado de ánimo. Pidió un plato liviano de carne magra acompañada de una “mousse” de espárragos y guarnición de verduras salteadas; una botella de Merlot del valle del Maule; y de postre, eligió el que siempre le evocaba la casa de un tío del norte, específicamente en Ovalle; se trataba de una porción de “Creme brulee” que hasta ese día no sabía el porque de tal asociación. Hecho el pedido, se dispuso a esperar dejando vagar la mirada en torno de las personas que a esa hora repletaban el área de comedor.
-¡¿Bajas a cenar, Margot?! -Preguntó Andrea, que había viajado de Osorno para darle una mano con la administración de la casa, mientras Margot se dedicaba a las clases de pintura con sus alumnos.
Andrea era prima hermana de Margot; durante su infancia habían creado lazos que con el tiempo dio paso a una genuina amistad entre ambas. Se visitaban en vacaciones y en todas esas fechas especiales, inclusive, aquellas donde el dolor era la causa; como cuando falleció el abuelo, o con la enfermedad de Isidora, madre de Andrea, situación por la cual ambas se organizaron para acompañarla hasta que finalmente se recuperó. No era de extrañar que Andrea quedara encantada con la propuesta de trasladarse hasta Puerto Montt por un tiempo, y brindarle ayuda con el proyecto de su prima.
-¡Sube un momento, quiero mostrarte algo! –Respondió desde el fondo del taller, lugar que utilizaba para la producción personal de sus obras, y que estaba reservado sólo para los más cercanos. De hecho, ningún alumno conocía ese sector del taller.
La curiosidad envolvió a Andrea, la cual aceleró sus pasos en demanda de los primeros peldaños que la conducirían hasta el taller. Una vez dentro, se aproximó con cuidado para no tropezar, desplazándose hasta el privado de Margot. Apoyó su hombro en el marco de la puerta, y con los brazos cruzados, esperaba que Margot diera vuelta hacia ella el atril que contenía la obra en la cual trabajaba hace un par de meses.
-Qué te parece. –Preguntó Margot, al tiempo que giraba hacia Andrea el atril.
-¡Es hermoso, prima! –Contestó con voz que evidenciaba que estaba siendo gratamente sorprendida por lo que sus ojos veían en ese momento.
-Pero de dónde lograste ese trazo, esa profundidad; mira como cae la sombra sobre el hombro, apenas insinuando el temblor de la carne. Es grandioso, Margot.
-¿Te gusta? –preguntaba Margot, ya casi como una niña.
-¡Qué si me gusta…! Ya te lo dije: es hermosa esta pintura. Cómo viaja la vista hasta el puño que aprieta… ¿es un trozo de papel, cierto?
-Sí, una carta. –respondió feliz.
-Creo que ésta es la obra que faltaba para realizar la exposición junto a tus otras pinturas.
-Quizá tengas razón, Andrea. Lo he estado pensando y tal vez llega la hora de dar a conocerlos. Porque te he de confesar que los siento como hijos; cada uno de ellos fue como un parto. Tú lo sabes mejor que nadie.
-Lo sé, prima; lo sé. –le contestaba mientras se dirigía a abrazar a Margot.
-Vamos, es hora de cenar y aprovecharemos la ocasión de brindar por tu futura exposición; y esta vez no dejarás nada en el plato: no quiero que te alimentes mal.
-Está bien, comeré todo, señora. –Respondía Margot a la advertencia de su prima.
Salieron juntas del privado; recorrieron el resto del taller entre bromas y bueno deseos; apagaron la luz del taller, y bajaron hasta el comedor de diario donde servirían la cena.
Durante la comida abordaron infinidad de temas relacionado con la familia; las visitas por realizar; lugares a los cuales viajar. En este punto, Andrea le recordó que tenían pendiente un viaje a España, en el cual pretendían recorrer lo más que pudieran de la costa del mar cantábrico.
-¡Ya sé! –Exclamó Margot- Luego de realizar nuestra primera exposición, saldremos de vacaciones con rumbo a España ¿Qué dices?
-No es mala idea, prima; hemos estado posponiendo en demasía estas vacaciones. –reforzaba Andrea, mientras revolvía su café. –Aquella vez que lo intentaste fue con Ignacio. Nunca debiste dejarlo partir, Margot.
La mirada de Margot se clavó en la de Andrea; algo parecido a una molestia se instaló en el ambiente. Andrea lo notó y no quiso disimularlo.
-No te enojes, primita; sabes que cometiste un error y asúmelo. –Le respondió a la mirada de Margot.
-No tengo nada que asumir, Andrea; él prefirió viajar sin mí. –Se defendió- No podía dejar mis cosas botadas a la suerte simplemente porque él no quiso modificar una fecha de viaje.
-Por lo que él me contó desde España, estaba dispuesto a posponer el viaje, Margot. –Le respondió Andrea, con un tono de simple reproche.
-¿De qué lado estás, primita? –pregunto con evidente malestar, Margot- Si quisieras, hubieses podido viajar junto a él.
-No seas absurda, Margot. –Replicó Andrea al borde de la cólera- Nunca he estado interesada en Ignacio, sólo fuimos amigos cercanos por un tiempo, nada más.
-¿Ha sí? Entonces por qué dejaste que te besara la noche de navidad.
Andrea conocía muy bien las escenas de celos que podía armar Margot; así y todo, estaba dispuesta a confesar la razón de aquella noche de pasión junto a Ignacio. Con los ojos inundados en lágrimas, Margot esperaba una respuesta.
-Bien, estoy dispuesta a contarlo todo, si eso te hace feliz; escucha lo que tengo que decir.
-Por díos, Andrea; cómo puedes ser tan insensible conmigo en estos momentos ¿Por qué esa altanería?
-Aquella vez que estuve junto a Ignacio, no fue planeado, al menos no por mí, te lo juro. –Comenzó Andrea con la respiración acelerada y los ojos húmedos- Todos se fueron a casa de la abuela en Puerto Varas ¿Recuerdas? Aquella vez me encontraba indispuesta y te lo hice saber. Pero tú estabas deseosa de asistir; por nada del mundo te hubieses quedado en Osorno conmigo y perderte la oportunidad de viajar.
Margot la escuchaba, y al parecer se confirmaba lo que simplemente intuía: Andrea sabía a quien intentaría ver aquella noche en Puerto Varas.
-Viajaron con la promesa que yo me les uniría al otro día cuando me sintiera mejor. Después de todo era una simple jaqueca. Pues bien, aquella noche, cerca de las doce, llegó Ignacio preguntando por ti; lo hice pasar y nos quedamos charlando; fue ahí cuando me enteré a quién había visto Ignacio en Puerto Montt ¿Lo sabes, cierto?
El rostro de Margot evidenció la vergüenza que se apoderó de ella; bajó la vista sin tener el valor de mirar a la cara a Andrea. De un golpe llegaba a ella todos los recuerdos de esa noche, y lo feliz que fue; para luego, simplemente contarle a su prima que se trató de una velada familiar hermosa, donde todos estaban reunidos recordando viejos tiempo; y lo mucho que extrañaban a Andrea y que ya contaban con su presencia para mañana. Pero de su encuentro con David, nada le dijo.
-Sí, lo sé. –respondió Margot.
-Dime: Quién era esa persona. –Le interrogó Andrea.
-Era David… -Margot, al contestar, miraba la mesa como intentando no cruzar la mirada con su prima.
-Sí, era David. –Continuó Andrea- Con él se encontró Ignacio. Me contó que intercambiaron algunas palabras en la estación, donde terminaron por despedirse con la promesa de juntarse en Santiago a la brevedad. Pues bien, aquella noche Ignacio estaba tras de tus pasos, Margot; sólo resulté ser el premio de consuelo esa noche ¿No crees? Si me hubieses visto. Me sentí patética con la escena aquella noche.
Margot corrió a los brazos de Andrea y soltó todo el llanto contenido durante ese tiempo. Ambas lloraban. Y en aquel abrazo sostenido, se perdonaron.
-Lo amo, prima; lo amo demasiado ya. –sollozaba Margot, con profundo dolor.
-Sí lo sé; cómo no saberlo si te conozco tan bien, Margot. –Le consolaba Andrea.- Vamos, deja de llorar; mira que a los hombres no les gustan las lloronas.
Entre lágrimas, las palabras reconfortaban el corazón de Margot. A pesar de ser menor, Andrea generaba un influjo de madures sobre su prima. Esto lo sabía muy bien Andrea y lo utilizaba para, en casos como estos, reconfortar.
David miraba su reflejo y la del comedor en la ventana, evidenciando la espesura de la noche, a veces matizada por pequeñas luces que provenían del exterior. Pensaba en la demora de su pedido y lo lleno del comedor, cuando fue interrumpido por una voz que le obligó a abandonar el estado en que se hallaba.
-¿Tendría usted la amabilidad de permitir que le acompañe? -Le solicitó un hombre que se encontraba en la difícil situación de estar sin ubicación dentro del comedor.
David, como sacado de un sueño profundo, abandonó los pensamientos que bien podrían estar relacionado con el recuerdo de Margot, y recomponiéndose respondió con un cordial “Si fuese tan amable…” indicándole al inesperado invitado, el puesto disponible en su mesa.
Era este personaje de edad madura, de cincuenta años o algo más, tez trigueña; vestía de manera prolija, con un bigotillo bien cuidado y una hermosa chaqueta en tono azul obscuro. Tenía un rostro jovial que se acentuaba con una leve sonrisa; daba la impresión de ser de mediana estatura. Un aroma a lavanda llegó hasta él, corroborando el origen del aroma que hubo de percibir en el trayecto hasta el comedor.
-Es usted muy amable. –Agradeció, mientras se sentaba.-Nunca imaginé que el coche comedor estuviera tan concurrido, considerando la época del año. Qué nos espera para los meses de verano.
-Descuide, esto es una situación puntual; en cuanto den por superada la huelga que mantienen los trabajadores ferroviarios, todo volverá a la normalidad. –Agregaba con una cordial sonrisa, David.
-Usted, disculpe: no me he presentado. –agregó en tono de disculpa el invitado. –Mí nombre es Alberto Rosas.
-Gusto en conocerle, señor Rosas. –Respondía David, con toda cordialidad. –Mí nombre es David Vicuña.
-El gusto es todo mío, señor Vicuña, y le quedo agradecido por compartir su mesa.
Sí bien es cierto, David prefería la tranquilidad que supone el viajar solo, en esta oportunidad le animó la inesperada compañía y la posibilidad de tener un viaje entretenido.
-Viajo hasta Talca al encuentro de una hermana. –comenzó Rosas, intentando el primer diálogo.
-Es una zona hermosa; tengo buenos amigos en esa localidad. –Respondía David. –En general, toda la zona del Maule es hermosa; tierra eminentemente agrícola, ubérrima en productos y variedad.
-Para mí felicidad –Agregaba Rosas –mañana me entregan las llaves de una propiedad en San Clemente, que es la razón secundaria de mí viaje: la primera, como ya le comenté, es estar con mí hermana.
No paso inadvertido para David, las prioridades que señalaba Alberto. Le fue imposible no recordar, casi como un acto reflejo a su propia familia. Pero no quiso anticipar juicio alguno y prefirió atender a la conversación.
-¿Tiene algún familiar en Talca, David? Si permite que le llame por su nombre... –Se disculpo Alberto.
-Para nada, Alberto. Y contestando a su pregunta, le diré que tengo sólo buenos amigos y gratos recuerdos vividos en aquella zona.
El camarero llegó con la orden de David, además la del invitado; esto lo hizo, como luego explicó Alberto, para volver a su compartimento con la cena, en la eventualidad que no hubiese puesto disponible. Hicieron un brindis por el encuentro y con el mejor de los ánimos se dispusieron a cenar.
-Es gratificante poder contar con amigos. –manifestó de manera inopinada Alberto, mirando más allá del reflejo del interior del carro sobre la superficie del vidrio. –Recuerdo buenos amigos que ya no están por múltiples razones: algunos partieron a otras tierras; otros, distanciados por diferencias absurdas; u otros simplemente han muerto.
-Según mí padre –agregó David, dejando la copa de vino sobre la mesa luego de un sorbo. -los amigos se deben contar con los dedos de una mano. Imagino que solo era una frase, ya que nunca pudo, o quiso explicar tal teoría.
-Quizá su padre aludía a esas buenas amistades que logramos, quién sabe por qué azar, construir a través de nuestra vida. Porque seamos claros: la amistad se construye y valida de manera constante.
-Sí, pienso de igual forma. Después de todo no es mucho más lo que se puede decir de la amistad, hoy en día tan subvalorada; con el permanente discurso del gran valor de ésta, por la misma sociedad que privilegia la individualidad sobre la amistad.
-Me parece un poco cínica la observación, David. –Agregó Alberto con templanza y sin aire de molestia.
-Pude ser, pero la prefiero a la hipocresía.
-La amistad es el prime paso hacia el amor. –agregó Alberto. –Bien puede ser lo que nos señale un derrotero a seguir. Y qué mejor sí es nombre de la amistad.
-Usted me llamó cínico; le diré que su punto de vista es en extremo romántico. –agregó David, con un sonrisa cordial.
-Tocante a este tema, sí; pero en general tiendo a ser bastante pragmático, David. –argumentaba Alberto.
El tren pasaba a toda velocidad cruzando la localidad de San Fernando, nuestros amigos seguían disfrutando de la velada.
-Siempre en este punto recuerdo a un carísimo amigo que espero y deseo que esté bien; pido además, la oportunidad de volver a charlar con él algún día.
-¿Uno de los dedos de su mano? –Agregó David, aludiendo a la frase de su padre.
-¡Ah! creo entender a lo que su padre hacía referencia, David. –Respondió Alberto con satisfacción. -¡Brindemos a la memoria de su padre!
-¡Por mí padre! –Contestó David con emoción.
-Permita que le relate el último encuentro que tuve con aquel amigo, David. –Empezó Alberto. - No era el dinero lo más importante para él; siendo justo, nunca lo fue. Quizá, este desapego a las cosas materiales, ayudó en su decisión de marchar. Por momentos se sienten esas ganas de mandar todo y a todos por la borda; pero lo que nos hace desistir es lo típico, lo de siempre; en algunos casos es sólo una manera de justificar nuestra débil voluntad: hablamos por hablar; solemos ser poco consecuentes con nuestros compromisos; o mudamos nuestro parecer de una manera casi impúdica. Aquella oportunidad que conversamos por largas horas, con la tranquilidad que el tiempo era lo menos importante, me explicó el motivo de su decisión. No pude menos que entender su punto de vista, inclusive, le dije que en su caso hubiese decidido de la misma manera; claro que esto último fue sólo una forma retórica de apoyarlo; lo entendió así: es más inteligente que yo. Su sonrisa limpia, apenas dibujada en su boca, fue suficiente para entender que también me entendía. Seguimos avanzando con nuestras palabras, tratando de escudriñar cada abertura que estas promovían. En un momento de silencio, me quedó mirando y dijo: “Lo bueno de la honestidad, en el más amplio de su sentido, es que nos vuelve niños” Por alguna razón que sigo sin comprender del todo, evoqué un día soleado de verano, junto a un añoso olmo. Esa fue la última vez que estuve con él; aún espero volverlo a ver, y junto a un buen vino, simplemente reír de niñez. Esa noche, de regreso a casa, pensé qué pasaría si una vez emprendido su derrotero, se da cuenta que en definitiva, siempre intentó huir de él mismo. Sonreí al darme cuenta que en el fondo, al momento de huir, casi siempre (por no decir siempre), lo hacemos de nosotros mismos.
David escuchaba con atento silencio el relato. Imágenes brotaban de todos los rincones de su memoria: de su niñez junto a su familia; de sus hermanos en tardes de verano; pero sobre todo, irrumpía la imagen de Margot; la sonrisa siempre presente en su rostro; las veces que, tomados de la mano, caminaban por la avenida Perú en Viña del Mar.
-¿Cuál habrá sido la razón de su amigo para abandonarlo todo? –Preguntó David, con sincera curiosidad.
-Al punto no lo sé. Pero no me extrañaría que hubiese sido por amor. –Respondió pensativo.
El comedor lentamente se empezaba a desocupar, retornando los pasajeros a sus ubicaciones; sólo un pequeño número de pasajeros, entre los que se encontraban los dos compañeros de mesa, aún permanecían en animada charla. Los cubiertos habían sido ya retirados y sólo descansaban sobre la mesa dos copas de coñac.
-Qué rápido pasó el tiempo, David. –expresó Alberto mientras miraba su reloj. –Espero que haya disfrutado tanto como yo de esta cena.
-Por cierto, ya es tarde; y desde luego que he disfrutado de su compañía. – Le respondió.
-Bien estimado amigo, creo que es hora de terminar esta velada. Tengo algunas cosas que organizar antes de mí arribo a Talca.
-No quiero ser impedimento, estimado Alberto; ha sido un grato encuentro.
Ambos se pusieron de pie y estrecharon sus manos con satisfacción.
-Si viaja alguna vez Talca, no deje de visitar “La posada de Margot” con gusto le recibiré ¿Lo recordará?
-No podría olvidarlo, estimado Alberto. –Respondió David, con una extraña sensación.
-Bien, está dicho entonces. Mis mejores deseos, David, y suerte en Puerto Montt. –Manifestó al momento que se retiraba.
Un temblor recorrió todo el cuerpo de David ante las últimas palabras de su invitado. No recordaba que le hubiese comentado hacia dónde se dirigía. En cosa de segundos recorrió toda la velada y estaba casi seguro de no haber mencionado ese detalle.
-¿Cómo sabe que me dirijo a Puerto Montt? Creo no haberlo mencionado. –Pregunto con verdadera curiosidad, interrumpiendo la retirada de Alberto.
-Lo dije por intuición; creo habérselo escuchado. Pero qué importa. Lo que sí le diré David, perdonando mí posible indiscreción, es que sí bien es cierto no es bueno escuchar al corazón, tampoco es bueno ignorarlo del todo. –Le sonrió con genuina amistad, inclinose de manera leve en señal de saludo y se retiró.
Una vez que estuvo solo, se dispuso a terminar su copa mientras dejaba a su imaginación viajar libremente. No tardó ésta en llegar hasta el recuerdo de Margot. Luego de un último sorbo, se levantó de su puesto y se dispuso abandonar el comedor y dirigirse a su compartimento. El viaje era tranquilo, la noche obscura y estrellada, con nubes que interrumpían el titilar de aquellas. Una vez dentro se sentó con la luz apagada, como lo hiciera cuando recién comenzó el viaje, y en cosa de segundo, se durmió.
Al llegar a Chillán, el tren hizo una detención por itinerario de cinco minutos, sacando del profundo sueño en que se encontraba David. Mareado por el viaje y el sueño, asomose a la ventana para mirar al exterior, percatándose con asombro que ya estaban en Chillán; con la cabeza confundida, creyó haber visto por la ventana, durante la detención en Talca, como su amigo de la velada pasada, se despedía desde el andén. Pero todo era muy vago y con imágenes confusas, terminó por pensar que quizá sólo lo había soñado y se dispuso a retomar el interrumpido descanso.



Continuará...