martes, diciembre 21, 2010

En amor

Perdona si dudo de tu sonrisa,
siempre proviene de un silencio.
Me toma por sorpresa y no me gusta: ya estoy viejo para eso.

miércoles, octubre 06, 2010

David, Margot, Puerto Montt

Sentía todo el peso de su cuerpo soportado en el cómodo asiento; las imágenes exteriores comenzaban a pasar como una película muda ante sus ojos, a medida que el tren ganaba velocidad. Eran las últimas escenas que podía percibir antes de la espesura de la noche. Se levantó de su asiento y apagó la luz de su compartimento quedando en completa obscuridad, disfrutando de las postreras siluetas que se agolpaban en el vidrio como si quisieran entrar. El viaje en busca de Margot, se había iniciado.
-¡Detesto este clima! –Se hablaba a sí mismo, mientras que con un gesto de desagrado corría la cortina de baño para ingresar a la ducha. El sol en el valle, ese sol del estío que hacía difícil casi el simple acto de respirar, le provocaba un embotamiento en su cabeza que por lo general, terminaba con una jaqueca al finalizar el día.
La sala de baño, por él diseñada, tenía una configuración tal, que permitía disfrutar de una ducha apreciando la vista general del valle. Una vez dentro, abrió el grifo de agua y una suave y persistente lluvia comenzó a mojar todo su cuerpo. Se quedó por un momento, estático, como perdido en pensamientos lejanos; sintiendo los golpecillos que le prodigaban cada una de las gotas de agua que hacia él viajaban. Luego, percibió una sombra que ingresaba a la sala de baño, acercándose suave hasta enfrentar la cortina ahora cerrada. Pudo distinguir la hermosa mano de ella tomando el borde de la cortina, casi como preámbulo de su belleza
-¿Se puede? –Preguntó Margot, deslizando tranquila el resto de la cortina. La sonrisa instalada en el rostro de él, fue evidente para ella que terminó por ingresar a la ducha junto a David.
-¡Calor de mierda!... ¿Cuántos grados harán? –Preguntó a su compañera que en ese momento se disponía a tomar su hermosa cabellera rubia con una especie de bramante.
-Ayer llegó a los treinta y cuatro; ahora serán un par de grados más. Está insoportable. –Respondió en medio de la maniobra de tomarse el cabello.
-¿Ves? Si te mudaras a Puerto Montt, nada de esto ocurriría. –le reprochó en tono de juego a su compañero, mientras desplazaba su cuerpo bajo el agua. David, con la vista perdida en el paisaje, giro su cabeza en dirección a ella verificando lo hermosa que se veía bajo el agua.
-Quizá un día lo haga; liquide todo en Santiago y me largue ¿estarás tú, para ese momento?
Margot lo miró con esos ojos que él conocía tan bien; le tendió la mano; lo impulsó hacia ella y se abrazaron.
-Servicio de comedor, señor…
Se incorporó como salido de un profundo sueño; abrió la puerta de su compartimiento y dio la conformidad a la pregunta que se le hiciera.
-Sí, por favor; estaré a las nueve pasado treinta, gracias.
Al llegar la hora de la cena, se levantó de su asiento y se dirigió al área de comedores del tren; cerró la puerta del compartimento y al momento de encaminar sus pasos, le inundó un aroma parecido a la lavanda que le acompañó hasta la entrada del comedor. El ruido de las conversaciones; el sonido de las copas en señal de algún brindis; los rostros de los pasajeros; no era otra cosa sino la escusa feliz para él, de pasar inadvertido hasta su mesa y esperar la sorpresa de un menú siempre novedoso y perfecto. No tenía memoria de haber encontrado insatisfactorio la preparación de algún plato en aquella línea de trenes. Su padre, siendo él un pequeñuelo, lo llevaba en alguno de sus viajes de negocio durante el periodo de vacaciones, utilizando siempre la misma empresa de ferrocarriles, aduciendo el padre, lo magnífico de su cocina y atención.
Tomó asiento en el costado derecho del carro, con respecto a la marcha del tren, mirando hacia la dirección de avance. Como si lo estuviesen esperando, un joven le entregó la carta de manera solícita, mientras le ofrecía un aperitivo para la espera. Dio una rápida mirada a la oferta, la cual no logró despertar mayor interés, no por una cuestión de inapetencia, sino más bien de estado de ánimo. Pidió un plato liviano de carne magra acompañada de una “mousse” de espárragos y guarnición de verduras salteadas; una botella de Merlot del valle del Maule; y de postre, eligió el que siempre le evocaba la casa de un tío del norte, específicamente en Ovalle; se trataba de una porción de “Creme brulee” que hasta ese día no sabía el porque de tal asociación. Hecho el pedido, se dispuso a esperar dejando vagar la mirada en torno de las personas que a esa hora repletaban el área de comedor.
-¡¿Bajas a cenar, Margot?! -Preguntó Andrea, que había viajado de Osorno para darle una mano con la administración de la casa, mientras Margot se dedicaba a las clases de pintura con sus alumnos.
Andrea era prima hermana de Margot; durante su infancia habían creado lazos que con el tiempo dio paso a una genuina amistad entre ambas. Se visitaban en vacaciones y en todas esas fechas especiales, inclusive, aquellas donde el dolor era la causa; como cuando falleció el abuelo, o con la enfermedad de Isidora, madre de Andrea, situación por la cual ambas se organizaron para acompañarla hasta que finalmente se recuperó. No era de extrañar que Andrea quedara encantada con la propuesta de trasladarse hasta Puerto Montt por un tiempo, y brindarle ayuda con el proyecto de su prima.
-¡Sube un momento, quiero mostrarte algo! –Respondió desde el fondo del taller, lugar que utilizaba para la producción personal de sus obras, y que estaba reservado sólo para los más cercanos. De hecho, ningún alumno conocía ese sector del taller.
La curiosidad envolvió a Andrea, la cual aceleró sus pasos en demanda de los primeros peldaños que la conducirían hasta el taller. Una vez dentro, se aproximó con cuidado para no tropezar, desplazándose hasta el privado de Margot. Apoyó su hombro en el marco de la puerta, y con los brazos cruzados, esperaba que Margot diera vuelta hacia ella el atril que contenía la obra en la cual trabajaba hace un par de meses.
-Qué te parece. –Preguntó Margot, al tiempo que giraba hacia Andrea el atril.
-¡Es hermoso, prima! –Contestó con voz que evidenciaba que estaba siendo gratamente sorprendida por lo que sus ojos veían en ese momento.
-Pero de dónde lograste ese trazo, esa profundidad; mira como cae la sombra sobre el hombro, apenas insinuando el temblor de la carne. Es grandioso, Margot.
-¿Te gusta? –preguntaba Margot, ya casi como una niña.
-¡Qué si me gusta…! Ya te lo dije: es hermosa esta pintura. Cómo viaja la vista hasta el puño que aprieta… ¿es un trozo de papel, cierto?
-Sí, una carta. –respondió feliz.
-Creo que ésta es la obra que faltaba para realizar la exposición junto a tus otras pinturas.
-Quizá tengas razón, Andrea. Lo he estado pensando y tal vez llega la hora de dar a conocerlos. Porque te he de confesar que los siento como hijos; cada uno de ellos fue como un parto. Tú lo sabes mejor que nadie.
-Lo sé, prima; lo sé. –le contestaba mientras se dirigía a abrazar a Margot.
-Vamos, es hora de cenar y aprovecharemos la ocasión de brindar por tu futura exposición; y esta vez no dejarás nada en el plato: no quiero que te alimentes mal.
-Está bien, comeré todo, señora. –Respondía Margot a la advertencia de su prima.
Salieron juntas del privado; recorrieron el resto del taller entre bromas y bueno deseos; apagaron la luz del taller, y bajaron hasta el comedor de diario donde servirían la cena.
Durante la comida abordaron infinidad de temas relacionado con la familia; las visitas por realizar; lugares a los cuales viajar. En este punto, Andrea le recordó que tenían pendiente un viaje a España, en el cual pretendían recorrer lo más que pudieran de la costa del mar cantábrico.
-¡Ya sé! –Exclamó Margot- Luego de realizar nuestra primera exposición, saldremos de vacaciones con rumbo a España ¿Qué dices?
-No es mala idea, prima; hemos estado posponiendo en demasía estas vacaciones. –reforzaba Andrea, mientras revolvía su café. –Aquella vez que lo intentaste fue con Ignacio. Nunca debiste dejarlo partir, Margot.
La mirada de Margot se clavó en la de Andrea; algo parecido a una molestia se instaló en el ambiente. Andrea lo notó y no quiso disimularlo.
-No te enojes, primita; sabes que cometiste un error y asúmelo. –Le respondió a la mirada de Margot.
-No tengo nada que asumir, Andrea; él prefirió viajar sin mí. –Se defendió- No podía dejar mis cosas botadas a la suerte simplemente porque él no quiso modificar una fecha de viaje.
-Por lo que él me contó desde España, estaba dispuesto a posponer el viaje, Margot. –Le respondió Andrea, con un tono de simple reproche.
-¿De qué lado estás, primita? –pregunto con evidente malestar, Margot- Si quisieras, hubieses podido viajar junto a él.
-No seas absurda, Margot. –Replicó Andrea al borde de la cólera- Nunca he estado interesada en Ignacio, sólo fuimos amigos cercanos por un tiempo, nada más.
-¿Ha sí? Entonces por qué dejaste que te besara la noche de navidad.
Andrea conocía muy bien las escenas de celos que podía armar Margot; así y todo, estaba dispuesta a confesar la razón de aquella noche de pasión junto a Ignacio. Con los ojos inundados en lágrimas, Margot esperaba una respuesta.
-Bien, estoy dispuesta a contarlo todo, si eso te hace feliz; escucha lo que tengo que decir.
-Por díos, Andrea; cómo puedes ser tan insensible conmigo en estos momentos ¿Por qué esa altanería?
-Aquella vez que estuve junto a Ignacio, no fue planeado, al menos no por mí, te lo juro. –Comenzó Andrea con la respiración acelerada y los ojos húmedos- Todos se fueron a casa de la abuela en Puerto Varas ¿Recuerdas? Aquella vez me encontraba indispuesta y te lo hice saber. Pero tú estabas deseosa de asistir; por nada del mundo te hubieses quedado en Osorno conmigo y perderte la oportunidad de viajar.
Margot la escuchaba, y al parecer se confirmaba lo que simplemente intuía: Andrea sabía a quien intentaría ver aquella noche en Puerto Varas.
-Viajaron con la promesa que yo me les uniría al otro día cuando me sintiera mejor. Después de todo era una simple jaqueca. Pues bien, aquella noche, cerca de las doce, llegó Ignacio preguntando por ti; lo hice pasar y nos quedamos charlando; fue ahí cuando me enteré a quién había visto Ignacio en Puerto Montt ¿Lo sabes, cierto?
El rostro de Margot evidenció la vergüenza que se apoderó de ella; bajó la vista sin tener el valor de mirar a la cara a Andrea. De un golpe llegaba a ella todos los recuerdos de esa noche, y lo feliz que fue; para luego, simplemente contarle a su prima que se trató de una velada familiar hermosa, donde todos estaban reunidos recordando viejos tiempo; y lo mucho que extrañaban a Andrea y que ya contaban con su presencia para mañana. Pero de su encuentro con David, nada le dijo.
-Sí, lo sé. –respondió Margot.
-Dime: Quién era esa persona. –Le interrogó Andrea.
-Era David… -Margot, al contestar, miraba la mesa como intentando no cruzar la mirada con su prima.
-Sí, era David. –Continuó Andrea- Con él se encontró Ignacio. Me contó que intercambiaron algunas palabras en la estación, donde terminaron por despedirse con la promesa de juntarse en Santiago a la brevedad. Pues bien, aquella noche Ignacio estaba tras de tus pasos, Margot; sólo resulté ser el premio de consuelo esa noche ¿No crees? Si me hubieses visto. Me sentí patética con la escena aquella noche.
Margot corrió a los brazos de Andrea y soltó todo el llanto contenido durante ese tiempo. Ambas lloraban. Y en aquel abrazo sostenido, se perdonaron.
-Lo amo, prima; lo amo demasiado ya. –sollozaba Margot, con profundo dolor.
-Sí lo sé; cómo no saberlo si te conozco tan bien, Margot. –Le consolaba Andrea.- Vamos, deja de llorar; mira que a los hombres no les gustan las lloronas.
Entre lágrimas, las palabras reconfortaban el corazón de Margot. A pesar de ser menor, Andrea generaba un influjo de madures sobre su prima. Esto lo sabía muy bien Andrea y lo utilizaba para, en casos como estos, reconfortar.
David miraba su reflejo y la del comedor en la ventana, evidenciando la espesura de la noche, a veces matizada por pequeñas luces que provenían del exterior. Pensaba en la demora de su pedido y lo lleno del comedor, cuando fue interrumpido por una voz que le obligó a abandonar el estado en que se hallaba.
-¿Tendría usted la amabilidad de permitir que le acompañe? -Le solicitó un hombre que se encontraba en la difícil situación de estar sin ubicación dentro del comedor.
David, como sacado de un sueño profundo, abandonó los pensamientos que bien podrían estar relacionado con el recuerdo de Margot, y recomponiéndose respondió con un cordial “Si fuese tan amable…” indicándole al inesperado invitado, el puesto disponible en su mesa.
Era este personaje de edad madura, de cincuenta años o algo más, tez trigueña; vestía de manera prolija, con un bigotillo bien cuidado y una hermosa chaqueta en tono azul obscuro. Tenía un rostro jovial que se acentuaba con una leve sonrisa; daba la impresión de ser de mediana estatura. Un aroma a lavanda llegó hasta él, corroborando el origen del aroma que hubo de percibir en el trayecto hasta el comedor.
-Es usted muy amable. –Agradeció, mientras se sentaba.-Nunca imaginé que el coche comedor estuviera tan concurrido, considerando la época del año. Qué nos espera para los meses de verano.
-Descuide, esto es una situación puntual; en cuanto den por superada la huelga que mantienen los trabajadores ferroviarios, todo volverá a la normalidad. –Agregaba con una cordial sonrisa, David.
-Usted, disculpe: no me he presentado. –agregó en tono de disculpa el invitado. –Mí nombre es Alberto Rosas.
-Gusto en conocerle, señor Rosas. –Respondía David, con toda cordialidad. –Mí nombre es David Vicuña.
-El gusto es todo mío, señor Vicuña, y le quedo agradecido por compartir su mesa.
Sí bien es cierto, David prefería la tranquilidad que supone el viajar solo, en esta oportunidad le animó la inesperada compañía y la posibilidad de tener un viaje entretenido.
-Viajo hasta Talca al encuentro de una hermana. –comenzó Rosas, intentando el primer diálogo.
-Es una zona hermosa; tengo buenos amigos en esa localidad. –Respondía David. –En general, toda la zona del Maule es hermosa; tierra eminentemente agrícola, ubérrima en productos y variedad.
-Para mí felicidad –Agregaba Rosas –mañana me entregan las llaves de una propiedad en San Clemente, que es la razón secundaria de mí viaje: la primera, como ya le comenté, es estar con mí hermana.
No paso inadvertido para David, las prioridades que señalaba Alberto. Le fue imposible no recordar, casi como un acto reflejo a su propia familia. Pero no quiso anticipar juicio alguno y prefirió atender a la conversación.
-¿Tiene algún familiar en Talca, David? Si permite que le llame por su nombre... –Se disculpo Alberto.
-Para nada, Alberto. Y contestando a su pregunta, le diré que tengo sólo buenos amigos y gratos recuerdos vividos en aquella zona.
El camarero llegó con la orden de David, además la del invitado; esto lo hizo, como luego explicó Alberto, para volver a su compartimento con la cena, en la eventualidad que no hubiese puesto disponible. Hicieron un brindis por el encuentro y con el mejor de los ánimos se dispusieron a cenar.
-Es gratificante poder contar con amigos. –manifestó de manera inopinada Alberto, mirando más allá del reflejo del interior del carro sobre la superficie del vidrio. –Recuerdo buenos amigos que ya no están por múltiples razones: algunos partieron a otras tierras; otros, distanciados por diferencias absurdas; u otros simplemente han muerto.
-Según mí padre –agregó David, dejando la copa de vino sobre la mesa luego de un sorbo. -los amigos se deben contar con los dedos de una mano. Imagino que solo era una frase, ya que nunca pudo, o quiso explicar tal teoría.
-Quizá su padre aludía a esas buenas amistades que logramos, quién sabe por qué azar, construir a través de nuestra vida. Porque seamos claros: la amistad se construye y valida de manera constante.
-Sí, pienso de igual forma. Después de todo no es mucho más lo que se puede decir de la amistad, hoy en día tan subvalorada; con el permanente discurso del gran valor de ésta, por la misma sociedad que privilegia la individualidad sobre la amistad.
-Me parece un poco cínica la observación, David. –Agregó Alberto con templanza y sin aire de molestia.
-Pude ser, pero la prefiero a la hipocresía.
-La amistad es el prime paso hacia el amor. –agregó Alberto. –Bien puede ser lo que nos señale un derrotero a seguir. Y qué mejor sí es nombre de la amistad.
-Usted me llamó cínico; le diré que su punto de vista es en extremo romántico. –agregó David, con un sonrisa cordial.
-Tocante a este tema, sí; pero en general tiendo a ser bastante pragmático, David. –argumentaba Alberto.
El tren pasaba a toda velocidad cruzando la localidad de San Fernando, nuestros amigos seguían disfrutando de la velada.
-Siempre en este punto recuerdo a un carísimo amigo que espero y deseo que esté bien; pido además, la oportunidad de volver a charlar con él algún día.
-¿Uno de los dedos de su mano? –Agregó David, aludiendo a la frase de su padre.
-¡Ah! creo entender a lo que su padre hacía referencia, David. –Respondió Alberto con satisfacción. -¡Brindemos a la memoria de su padre!
-¡Por mí padre! –Contestó David con emoción.
-Permita que le relate el último encuentro que tuve con aquel amigo, David. –Empezó Alberto. - No era el dinero lo más importante para él; siendo justo, nunca lo fue. Quizá, este desapego a las cosas materiales, ayudó en su decisión de marchar. Por momentos se sienten esas ganas de mandar todo y a todos por la borda; pero lo que nos hace desistir es lo típico, lo de siempre; en algunos casos es sólo una manera de justificar nuestra débil voluntad: hablamos por hablar; solemos ser poco consecuentes con nuestros compromisos; o mudamos nuestro parecer de una manera casi impúdica. Aquella oportunidad que conversamos por largas horas, con la tranquilidad que el tiempo era lo menos importante, me explicó el motivo de su decisión. No pude menos que entender su punto de vista, inclusive, le dije que en su caso hubiese decidido de la misma manera; claro que esto último fue sólo una forma retórica de apoyarlo; lo entendió así: es más inteligente que yo. Su sonrisa limpia, apenas dibujada en su boca, fue suficiente para entender que también me entendía. Seguimos avanzando con nuestras palabras, tratando de escudriñar cada abertura que estas promovían. En un momento de silencio, me quedó mirando y dijo: “Lo bueno de la honestidad, en el más amplio de su sentido, es que nos vuelve niños” Por alguna razón que sigo sin comprender del todo, evoqué un día soleado de verano, junto a un añoso olmo. Esa fue la última vez que estuve con él; aún espero volverlo a ver, y junto a un buen vino, simplemente reír de niñez. Esa noche, de regreso a casa, pensé qué pasaría si una vez emprendido su derrotero, se da cuenta que en definitiva, siempre intentó huir de él mismo. Sonreí al darme cuenta que en el fondo, al momento de huir, casi siempre (por no decir siempre), lo hacemos de nosotros mismos.
David escuchaba con atento silencio el relato. Imágenes brotaban de todos los rincones de su memoria: de su niñez junto a su familia; de sus hermanos en tardes de verano; pero sobre todo, irrumpía la imagen de Margot; la sonrisa siempre presente en su rostro; las veces que, tomados de la mano, caminaban por la avenida Perú en Viña del Mar.
-¿Cuál habrá sido la razón de su amigo para abandonarlo todo? –Preguntó David, con sincera curiosidad.
-Al punto no lo sé. Pero no me extrañaría que hubiese sido por amor. –Respondió pensativo.
El comedor lentamente se empezaba a desocupar, retornando los pasajeros a sus ubicaciones; sólo un pequeño número de pasajeros, entre los que se encontraban los dos compañeros de mesa, aún permanecían en animada charla. Los cubiertos habían sido ya retirados y sólo descansaban sobre la mesa dos copas de coñac.
-Qué rápido pasó el tiempo, David. –expresó Alberto mientras miraba su reloj. –Espero que haya disfrutado tanto como yo de esta cena.
-Por cierto, ya es tarde; y desde luego que he disfrutado de su compañía. – Le respondió.
-Bien estimado amigo, creo que es hora de terminar esta velada. Tengo algunas cosas que organizar antes de mí arribo a Talca.
-No quiero ser impedimento, estimado Alberto; ha sido un grato encuentro.
Ambos se pusieron de pie y estrecharon sus manos con satisfacción.
-Si viaja alguna vez Talca, no deje de visitar “La posada de Margot” con gusto le recibiré ¿Lo recordará?
-No podría olvidarlo, estimado Alberto. –Respondió David, con una extraña sensación.
-Bien, está dicho entonces. Mis mejores deseos, David, y suerte en Puerto Montt. –Manifestó al momento que se retiraba.
Un temblor recorrió todo el cuerpo de David ante las últimas palabras de su invitado. No recordaba que le hubiese comentado hacia dónde se dirigía. En cosa de segundos recorrió toda la velada y estaba casi seguro de no haber mencionado ese detalle.
-¿Cómo sabe que me dirijo a Puerto Montt? Creo no haberlo mencionado. –Pregunto con verdadera curiosidad, interrumpiendo la retirada de Alberto.
-Lo dije por intuición; creo habérselo escuchado. Pero qué importa. Lo que sí le diré David, perdonando mí posible indiscreción, es que sí bien es cierto no es bueno escuchar al corazón, tampoco es bueno ignorarlo del todo. –Le sonrió con genuina amistad, inclinose de manera leve en señal de saludo y se retiró.
Una vez que estuvo solo, se dispuso a terminar su copa mientras dejaba a su imaginación viajar libremente. No tardó ésta en llegar hasta el recuerdo de Margot. Luego de un último sorbo, se levantó de su puesto y se dispuso abandonar el comedor y dirigirse a su compartimento. El viaje era tranquilo, la noche obscura y estrellada, con nubes que interrumpían el titilar de aquellas. Una vez dentro se sentó con la luz apagada, como lo hiciera cuando recién comenzó el viaje, y en cosa de segundo, se durmió.
Al llegar a Chillán, el tren hizo una detención por itinerario de cinco minutos, sacando del profundo sueño en que se encontraba David. Mareado por el viaje y el sueño, asomose a la ventana para mirar al exterior, percatándose con asombro que ya estaban en Chillán; con la cabeza confundida, creyó haber visto por la ventana, durante la detención en Talca, como su amigo de la velada pasada, se despedía desde el andén. Pero todo era muy vago y con imágenes confusas, terminó por pensar que quizá sólo lo había soñado y se dispuso a retomar el interrumpido descanso.



Continuará...

martes, abril 20, 2010

Intermedio VII

Se veía venir: No logro sacar el pie del acelerador con la lectura. Tendré que dejar el blog literalmente botado. No así las visitas que de forma diaria realizo a la lista de amigos; porque ha de saber, avispado lector, que dedico buena parte de la mañana a leer con cuidado y cariño, las cosas que aquellos publican ¿Suena muy edulcorado? Puede ser, pero usted sabe o intuye, que es cierto.
Lo anterior no obsta que en una noche fría, salte de la cama como alma arrebatada por una inspiración angelical, y vierta casi con delirio, la afiebrada idea transformada luego en texto; por ejemplo.

PS
Se da cuenta; sí inclusive en estas simples líneas siento estar bajo el influjo de Rafael Cansinos, y su traducción de las “Obras completas” de Dostoyevski. Nada que hacer…

Saludos, amigos.

lunes, abril 12, 2010

La burla

-¡Basta!... ¡Dije basta!
Con el rostro pálido y bañado en sudor, les miró a la cara. El silencio se instaló como si todo se hubiese congelado en cosa de segundos. Confundidos al principio, le quedaron mirando con sus ojos vacíos, para luego desaparecer.
Lentamente continuó con su oración.

lunes, marzo 29, 2010

Derrotero otoñal

Lo último que vio de ella al acompañarla hasta la estación, fue su sonrisa que le entregó casi como un regalo de despedida. El tren comenzó a moverse, pero él ya le había dado la espalda; quería salir lo antes posible de aquella aglomeración. Le incomodaba el aroma mezclado de perfumes, cigarrillos y café; inclusive, percibía el olor de los fierros recalentados del tren que se ponía en marcha. Salir lo antes posible de allí, pareciera, se convertía en su gran anhelo esa mañana de otoño.
Canceló la tarifa del automóvil de alquiler que le aguardaba, y se dispuso a caminar por las calles de la ciudad sin dirección determinada. El viento frío y los nubarrones que había esa mañana, prometían acompañarle el resto del día. Nada mal para alguien que detesta el calor. Se distrajo con una pareja que discutía por la perdida del tren que a esa hora abandonaba la estación, esbozando una sonrisa ante las mutuas recriminaciones que ambos se prodigaban por aquel lance. Continuó su camino hasta que todo se mezcló en un gran sonido: el sonido de la ciudad. El aturdimiento que generaba toda esa atmósfera, la utilizó como fondo para poner a la luz sus pensamientos que esa mañana le acuciaban, y que no permitían mayor dilación.
Antes de lo esperado, dirigió los pasos a un antiguo café por él visitado desde hacía mucho tiempo; se podía decir que era su lugar favorito cuando salía a recorrer la ciudad; no era demasiado grande, y la decoración tenía reminiscencias de los años veinte. Entró casi sin pensarlo del todo y se dirigió a una mesa instalada en un lugar que siempre le acomodaba: junto a una ventana y frente a la entrada. Su pedido fue atendido de inmediato por una solícita joven, que en breve le llevó un café cortado con un toque de canela en polvo sobre la espuma. Luego de un primer sorbo, extrajo desde un bolsillo interior de su chaqueta, un sobre aéreo sin franquear; retiró de su interior la carta que contenía, y leyó.
“Intento estas líneas, ahora que me encuentro justo al lado tuyo, mientras tú duermes tranquilo. Mañana partiré de regreso a Puerto Montt, y si bien nos hemos dicho todo lo que pensamos uno del otro, y de esta bendita relación que se prolonga en el tiempo, casi con su propia unidad de medida, resulta claro a todas luces, que no me gusta estar lejos de ti; no me hace bien sentirte lejos.
Créeme lo mucho que me alegré con la noticia de tu traslado a Antofagasta; siempre quisiste que reconocieran tu esfuerzo, y ahora se da la oportunidad. Espero que todo te salga bien por esos lados, lo mereces. Yo por mí parte, seguiré dando clases de pintura en el atelier; me volcaré por completo a la plástica y espero encontrar allí, uno por uno, todos los pedazos en los que me he convertido. Te mentiría si te dijera que no podría vivir sin ti, sabes que no es así ¿Tú, podrías? Estoy segura que sí.
Bien cariño mío, mí bienhechor en esta vida; dejo hasta aquí estas líneas, que no han sido otra cosa, sino el resultado del amor que te tengo, y del nulo juicio que hace mí cuerpo, a la noche ya instalada sobre nosotros. Tuya: Margot.”
Por largo momento quedaron sus pupilas clavadas en el nombre de ella al final del texto. Recorría con amor la caligrafía que ofrecía esas letras, y le recordaba esos hermosos dedos de su mano. Luego sintió como si ese nombre cayera a un abismo por la falta de texto, como si ella se hubiese lanzado por un precipicio. Pero luego de un momento, se dio cuenta que era él el que caía. Nada continuaba después de aquel hermoso nombre; él era el que se lanzaba al vacío, él se dejaba caer. Dobló la carta con cuidado y la introdujo en el sobre que había dejado en la mesa. Una desagradable sensación de pérdida comenzó a envolver su corazón. Pidió la cuenta, canceló el café y se marchó.
El resto del día lo dedicó a preparar su viaje a Antofagasta, ultimando todos los detalles que en tales circunstancias suelen aparecer. Almorzó un plato ligero y volvió al departamento en horas de la tarde; realizó varias llamadas telefónicas y recibió otras tantas; todas de amigos y familiares que le deseaban lo mejor en su nueva colocación. Le quedó dando vueltas las palabras finales de la conversación que sostuvo con su padre; por lo general, era éste un hombre de pocas palabras pero de gran amor y templado carácter “Creo que estás a punto de tomar la mejor de tus decisiones, te deseos lo mejor, hijo” Se dejó caer sobre la cama y se durmió. Al despertar, ya entrada la tarde, se apuró en buscar su bolso de viaje, y de manera casi ansiosa, comenzó a acomodar su ropa. Esto le recordó cuando viajaba por alguna festividad o vacaciones, y todas las expectativas que se hacía con el viaje; empezó a comparar cuánto de él aún estaba presente; qué cosas en aquellos tiempos le hacían feliz; qué esperaba de la vida. Se alegró con el nuevo estado de ánimo que le invadía; ese estado era el que necesitaba para poder crear y construir sus días. Miró su reloj, eran pasadas las veinte horas y su excitación crecía. Tomó el bolso y su maletín y bajó raudo las escaleras
–Que tenga buen viaje, señor. -Le dijo a la pasada el conserje
–Gracias, déjale un saludo a tu señora de mí parte. -Respondió casi con una sonrisa infantil. Salió a la calle y se montó en el vehiculo de alquiler que le esperaba –A la estación, por favor.
Era una noche hermosa; con nubarrones que se dibujaban con las últimas luces del crepúsculo; la ciudad, ya vestida de luces, dejaba ver a las personas con dirección a cualquier parte. Se respiraba libertada en las calles, o al menos, él lo sentía de ese modo; era lo más probable: cuando uno está feliz, optimista, todo se llena con ese ánimo; las cosas nos parecen significativas hasta en lo más mínimo; inclusive, nos es más fácil, bajo el influjo de ese estado, ser mejores personas.
Al llegar a la estación, descendió del vehículo con su equipaje y se encaminó en dirección al área de venta de pasajes; estaba lleno de gente, con la diferencia que ahora podía ver cierta amabilidad en toda esa aglomeración. Hizo la fila frente a la boletería; ésta avanzaba de manera rápida, lo que siempre alegra en estos casos; revisó por última vez los papeles que necesitaría para su viaje y se aprestó a enfrentar la ventanilla.
-¿Destino…? -Preguntó una voz de mujer desde el interior. Con su mirada y voz segura respondió: –Puerto Montt- Tomó el billete y se dirigió feliz hasta el andén donde le aguardaba su tren.

martes, marzo 02, 2010

Sísifo en Chile


“Así sentiría yo, si fuese chileno, la desventura que en estos días renueva trágicamente una de las facciones más dolorosas de vuestro destino. Porque tiene este Chile florido algo de Sísifo, ya que como él, vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces creó”
(José Ortega y Gasset)


Esto lo dijo a propósito del terremoto del año 1960; y tienen mucho sentido sus palabras, tanto así, que ellas se actualizan con cada gran desastre que nos golpea como nación. No obstante, lo que nos impulsa como chilenos a reconstruir todo (o lo que equivaldría a cargar la roca sobre nuestros hombros nuevamente) no es cumplir con un castigo impuesto, sino más bien, el profundo amor que se tiene por esta hermosa tierra; esta cornisa que se descuelga como lanzándose al océano, y en su caída nos regalara la más maravillosa de las visiones.

miércoles, febrero 24, 2010

Durazno

Ya era hora, el tiempo le era propicio. Aprovechando el suave mecer provocado por la brisa tibia de la mañana, soltó su debilitado pedúnculo; y entre aromas de fruta madura, se fue a estrellar feliz, sobre una tierra que le aguardaba.

miércoles, enero 20, 2010

La señorita de Helsinki

Sus pisadas trascurrían rápidas sobre una vereda tantas veces recorrida; el apuro de ese momento se debía al atraso aparente hasta su lugar de trabajo, que si bien es cierto no lo estaba del todo, se encontraba dentro de los límites por ella impuesto al horario de entrada. Esa sensación de atraso, de llegar tarde a algún lado, era lo que más le desagradaba de vivir en una ciudad; según ella, motivo suficiente para evaluar de manera seria la permanencia en cualquier ciudad. La excepción a esta conducta, ocurría cuando llegaba la nieve a la ciudad; entonces, el apuro desaparecía, y todo para ella se volvía llevadero, amable, asible. Su mirada se detenía en esas cosas que estaban como aguardando por aquella mirada; gustaba de recorrer la ciudad, cuando el clima lo permitía, disfrutando de ese particular tono azul que adquiere el paisaje en los meses de invierno. La ciudad de Helsinki, había acogido como una madre, la vida desarticulada de aquella muchacha.
Hija de una mujer heroinómana y un padre alcohólico, fue abandonada casi a su suerte en Barcelona, donde vivió en casas de amigos y en la de su abuela; a los diez y seis, acompañó el cuerpo de su padre hasta el cementerio local, y cuatro años más tarde, hacia lo mismo con el de su madre. Trabajó como mucama, luego fue niñera, hasta terminar acompañando los últimos días de vida de su abuela materna. Aquella vieja postrada en su lecho, le dijo en una oportunidad que aprendiera a sonreír, que se veía hermosas cuando lo hacía; que a ella, lo bueno no se le había negado, sino más bien, se le había reservado. Un día la llamó a su lado, le entregó un sobre con una cantidad de dinero, y le dijo que se marchara, que estaba bueno ya; que era hora de empezar con su vida; que era poco estético llevar más de dos personas al cementerio. Con aquella señora era imposible discutir: se abrazaron, se besaron, también lloraron, y no se volvieron a ver. Esa misma noche salió de Barcelona, con rumbo a un cupo de trabajo en un empresa naviera, dejando tras de sí, lo que ella entendió como su primera etapa.
En los viajes que alcanzó a realizar, trabajando a bordo de un crucero que cubría esa ruta, disfrutaba aquella línea de luces en la costa, que anunciaba a todos los pasajeros, el próximo arribo a la ciudad de Helsinki. Esto despertaba en ella, imágenes quizá soñadas alguna vez, acompañadas de aromas de café y libros; de hecho, conservaba uno del escritor Mika Waltari, al que conoció por casualidad, gracias al olvido de un pasajero. En aquella oportunidad, estaba recogiendo algunas cosas en cubierta, cuando observó que en la esquina de un mesón, yacía bajo las hojas de un arreglo floral, el mencionado libro; lo abrió buscando alguna identificación, y lo guardó con la idea de poder regresarlo con su dueño. Así fue como en las noches o en sus momentos libres, se hacía acompañar de esas páginas, convirtiéndose en un nexo entre aquella mujer y la ciudad.
Casi no recordaba el momento exacto que decidió quedarse, fue como si una parte de ella hubiese estado siempre allí. Se le podía ver apurada entre la gente, o tranquila frente a un café con sus libros, cuadernos y notas. La imagen de ella iluminaba un poquito más la ciudad de Helsinki. En una oportunidad, al levantarse de su mesa acompañada de un amigo, dejó caer por casualidad un trozo de papel; se marcharon entre risas hasta confundirse con la gente; la persona que atendió su pedido, leyó las líneas con atención:

“Apetece tu brisa fría.
Tu hielo,
escarcha y bruma.
El viento tira de mis cabellos,
me acurrucas con tu espuma.”

domingo, enero 03, 2010

Por error

Con el pulso un tanto acelerado, tomó las llaves de la mesita de noche y se dispuso a salir lo antes posible; el objetivo era volverse anónimo entre la multitud y recorrer las calles en busca de algún estímulo que lo liberara de sus pensamientos. Revisó todo por última vez, pero al momento de tomar la manilla para abrir la puerta, los escuchó. Se quedó inmóvil agudizando el oído, tratando de identificar las voces que llegaban hasta él. Escuchó la voz de un hombre y de una mujer, luego, la de otro hombre que participó con un lacónico: “¿qué habitación ocupa?” No hubo respuesta, al menos no de forma verbal, generando una sensación de incertidumbre que le obligaba a entrar en el ámbito de la especulación. Prefirió mantenerse junto a la puerta intentando descifrar la conversación que estaba ocurriendo en el pasillo; advirtió como los pasos se acercaban hasta detenerse frente a la habitación; luego de un par de segundos, se escuchó el llamado a la puerta con cuatro golpes de nudillos.
-Hasta que dieron conmigo. –dijo en voz baja. -¿Quién de todos pudo ser? Sí, quizá fue ese desgraciado a cargo de la administración de correspondencia; o quizá la asistente del departamento de envíos, la señorita Marie ¡Malditos todos…!
Se dirigió sin hacer ruido hasta la maleta de equipaje, y extrajo una pistola Beretta 9mm que llevaba con él en cada viaje; también un silenciador, el cual instaló haciéndolo girar en la boca de la pistola. Cada movimiento que realizaba lo acercaba más a su instinto; a eso que luego, en los momentos de tranquilidad, le turbara el ánimo. Abrió la ventana para simular una huida; se deslizó como un espíritu al costado opuesto de la cama con respecto a la puerta; corrió el seguro, hizo pasar la primera bala hasta la recámara y esperó mirando casi sin pestañar la luz exterior que se colaba bajo la puerta.
-Creo que salió, será mejor dejar el sobre en la recepción –Se escuchó desde el otro lado de la puerta.
-No, mejor deslízalo, cuando llegue lo encontrará. –Propuso la mujer.
Con las pupilas dilatadas como un felino, pudo apreciar como éste era deslizado bajo la puerta; luego de un breve intercambio de palabras en el pasillo, los pasos se alejaron en dirección al elevador. Con un profundo respiro que llenó sus pulmones, puso el dedo pulgar sobre el percutor, conteniendo toda la energía que su dedo índice liberó, al momento de activar el gatillo. Se reincorporó desde donde estaba, y se dirigió hasta la puerta para examinar el sobre que le fuera dejado. Agachó su pesada estructura hasta poder tomarlo, y manteniendo aquella posición, extrajo del interior una tarjeta que contenía algunas líneas de texto. Sonrió con burla e ironía al constatar que le era solicitado por la administración del hotel, mover su coche de la zona de carga.