sábado, noviembre 07, 2009

Laguna Negra (II)

Tenía un buen ánimo al iniciar la marcha esa noche. Se despedía un día soleado de agradable temperatura; brisas tibias bajaron por las quebradas, lamiendo las nieves que se hallan sujetas a las cumbres más altas; presurosas ellas, corrían en demanda de las tierras bajas en los valles. La vida en la quebrada se preparaba para el descanso, excepto, por aquellos que hacen de la obscuridad, su memento de ganancia; en ese grupo me encontraba ahora. Los pasos me dirigían por la senda apenas visible: a medida que avanzaba, esta también se prolongaba, como mostrándose de a poco. Después de algo más de una hora de caminata en ascensión, enfrenté una planicie donde me dispuse a descansar mis huesos. Estaba en ello, y cuando estaba a punto de retomar la marcha, apareció un hombre ataviado con un hermoso manto que colgaba de uno de sus hombros.
-¿Va en busca de la mina, amigo?
-Hacia allá me dirijo- Le contesté con seguridad e intriga ante la súbita aparición de aquel desconocido.
-Dicen que es un lugar muy hermoso. –Prosiguió el hombre.- Espero que le guste.
-La verdad, siempre la he sabido como una leyenda. Nunca supe de alguien que hubiese estado allí.
-Conocí a unos cuantos que lo intentaron. –Respondió mirando al fuego.
-¿Sí? Y qué le han contado sobre ese lugar.
-Hasta ahora no he sabido de nadie que haya logrado volver de allí.
-Quizá extraviaron la ruta y nunca pudieron dar con la mina. –Intenté explicar.
-Sí, es lo más probable: extraviaron su rumbo. –Respondió con cierta ironía.
Reacomodando su manta en su hombro, y sin dejar de mirar el baile sostenido de las llamas, respiró profundo y dijo:
-Al parecer la vida se encarga de ponernos al frente de nuestras propias palabras y convicciones. En esos momentos es cuando son remecidos por la experiencia; no existe la menor duda de lo que debemos hacer: lo sabemos; es más: lo intuimos.
-Usted estuvo allí. –Pregunté.
Un agradable silencio llenó todo el ambiente. Las llamas por momentos mostraban un rostro que me era conocido de algún lugar.
-Lo estaré. –Respondió.- Veo que usted está listo para partir.
-Me sorprendió justo en el momento que estoy retomando la marcha.
-Le deseo suerte en su empeño. –Dijo mirándome a los ojos.- ¿Se ha dado cuenta que la biología, la vida en general, tiende al bien?
-Así es; y eso la vuelve esperanzadora. –Le respondí.- Sí gusta, le puedo ofrecer este fuego y un poco de café que aún queda.
-Se lo agradezco mucho. –Contestó, acercándose al fuego.
Nos despedimos con amabilidad, deseándonos mutuos parabienes. Luego se sentó en mi lugar cerca del fuego, y mientras acomodaba su cuerpo dijo:
-Qué noche tan maravillosamente estrellada; sin embargo, no supera a la experiencia de estar bajo las hojas verdes de un añoso nogal.
Nos dimos una mirada de amistada, di media vuelta y retomé el camino que me aguardaba. Unos pasos más allá, caí en cuenta que una de las imágenes más íntimas que recordaba con verdadero recogimiento, era la de un viejo nogal en la casa de mis padres. Sorprendido por la coincidencia, volví el cuerpo en dirección al hombre que estaba a mis espaldas, verificando con sorpresa, que éste ya no estaba. Estuve un buen momento tratando de explicar la experiencia y sobre la conveniencia de seguir en mi empeño; algo impulsaba mí ánimo: decidí continuar.
El esfuerzo de la caminata comenzaba a notarse en mí cuerpo, con mayor frecuencia de tiempo detenía la marcha para descansar. Por primera vez pensé que quizá no fue buena idea realizar esta búsqueda; la extraña sensación de nausea que comenzaba a experimentar, el embotamiento de mí cabeza, lo extraño del encuentro con el hombre de la manta, hizo temblar la seguridad de toda la empresa. Inclusive, al levantar la mirada al cielo nocturno, pude apreciar con asombro, que los grupos de estrellas permanecían estáticos en el cielo, como si el tiempo universal se hubiese detenido sobre mí cabeza. La angustia se apoderó de mí, sentí la necesidad imperiosa de salir corriendo de allí; algo parecido al temor se evidenciaba en todo mí cuerpo, en la forma de un frío sudor. De pronto, desde las profundidades de mí mente, afloró la imagen de un hermoso nogal mecido por un viento tibio de verano. Las cosas lentamente comenzaron a calmarse, y fui capaz de infundir tranquilidad a mí golpeada cabeza. Retomé la marcha, refugiando a la razón, bajo la sombra de aquel hermoso nogal.
Una extraña ventisca se levanto luego, haciendo difícil la visión del camino, sin embargo, al parecer ya no era necesaria indicación alguna: el camino se angostaba cada vez más, aferrándose al costado de una pared rocosa cortada en vertical por quién sabe qué fuerzas tectónicas. Luego de un momento, a la salida de una curva, pude percibir una débil luz a la distancia que se mecía, azotada por el viento de aquella zona; con cada paso la luz cobraba intensidad, dejando ver algunas formas que se dibujaban entre las sombras. Se trataba de un viejo farol de hierro forjado, colgado de un pilar de madera que servia de soporte a un viejo portón. Detuve mis pasos frente al portón sin saber con seguridad qué debía hacer. En ese momento, salió un hombre de entre las sombras de una grieta en la pared rocosa, la cual era ocupaba como refugio y puesto de guardia.
-¿Qué busca, usted? –Me dijo con una mirada seria y penetrante.
-Buenas noches; busco la entrada a la mina. –Le respondí.
-Bueno, sepa usted que está justo en la entrada ¿Algo más? Hace un frío de los mil demonios aquí. –Contestó frotándose las manos sin quitarme la mirada.
-Y… Podría entrar a conocerla… -Volví a preguntar.
Un silencio se instaló entre los dos; por un momento, sólo se escuchaba el viento pasando entre las rocas. Luego, sin intermediar palabra alguna, se dirigió hasta el portón; extrajo de sus ropas una vieja llave, la introdujo en el mecanismo de cerrojo, y empujando con fuerza el portón hasta abrirlo en su totalidad, dijo:
-Adelante, pase usted a conocer las riquezas de esta mina.
Me acerqué hasta la entrada, ahora despejada y me dispuse a agradecer la autorización.
-Gracias, es usted muy amable.
-Espere un momento. –Dijo interrumpiendo mis pasos; dio media vuelta para luego volver con algo en las manos.
-Va a necesitar esto. –Extendió su brazo hacia mí, el cual sostenía en su mano una alforja de cuero.
-No, gracias; creo que no la necesitaré en esta oportunidad. –Le respondí con amabilidad.
La razón de mí negativa no la tenía del todo clara; podría decir que fue el primer impulso que apareció ante tal ofrecimiento. Una mirada de aprobación recibí por parte de él. Colgó la alforja en el portón, al tiempo que comenzaba a cerrarlo; una vez que estuvo del otro lado, levanté mí mano en señal de despedida, a lo cual respondió con igual gesto, para luego perderse en la obscuridad de la grieta por donde había salido a mí encuentro. Di media vuelta y retomé la marcha con el ánimo fortalecido; luego de un momento miré a mis espaldas, recibiendo de vuelta el brillo del farol aún mecido por el viento.



Continuará...

3 comentarios:

SBM dijo...

Vaya esto se está poniendo interesante....

Anabel Rodríguez dijo...

¿Qué pasará? Esto es muy misterioso... hmmmm

Ferragus dijo...

Veamos dónde llegamos en este delirio, amigos.