miércoles, julio 29, 2009

Helena e Igor

I
Por lo general, Helena preparaba de manera diaria y casi como un autómata, todo lo necesario para mantenerlo con vida; hace varios meses que había sido trasladado desde el hospital a su casa, a la espera que saliera de aquel coma profundo en el que se hallaba; los cuidados médicos se habían reducido a un par de visitas al año, y al suministro de fármacos cuando el paciente lo necesitaba. Le aterraba la idea que él podría estar sufriendo en ese estado. Lo conoció algunos años atrás, cuando ambos eran jóvenes y fuertes; entonces, aquella vitalidad les hacia pensar (como a todos en su momento) que alcanzarían todas, o casi todas, sus metas. Helena nunca se propuso, o imaginó siquiera, verse casada con Igor; de hecho, tenía novio al momento de conocerlo; pero entre ambos se instaló una amistad de esas que se refuerzan con el tiempo.
-Bien, a esta hora corresponde suministrarte esta medicina, Igor. –Le hablaba a aquel cuerpo postrado en la cama; quizá él la escuchaba, no obstante, los médicos insistían que de acuerdo con los últimos electroencefalogramas, la actividad cerebral no presentaba variación, y como en la mayoría de estos casos, sólo se estaba a la espera de la buena fortuna.
-Ya verás que con esta inyección te sentirás mejor y podrás disfrutar de la primavera que se aproxima.
-Insistes que él puede escucha ¿cierto?– le dijo la madre de Igor, mientras entraba en la habitación.
-A veces también lo creo –Continuó la madre.- Y cuando esto ocurre, tú mejor que nadie, sabes cuánto le pido a Dios que no esté sufriendo.
-La verdad, no sé si me escucha, Margot; pero sí creo que me siente –Respondió sin darle la cara- A veces paso mí mano sobre su brazo, sin tocarlo, y tengo la sensación que percibe que estoy con él.
-Si le hubiese hecho caso aquel día, y no hubiese insistido en que reparara el techo del granero, nada de esto estaríamos viviendo –Se lamentaba Margot, mientras se dirigía a las ventanas para correr las cortinas- Quizá estaría donde siempre soñó ¿recuerdas que lugar era, Helena?
-Es una pequeña ciudad ubicada en America del sur, si mal no recuerdo se llama Puerto Natales, en el sur de Chile –Contestaba Helena, mientras limpiaba la zona del brazo de Igor, donde tenía instalada una sonda para el suministro de medicamentos.- En su cajón, junto a la agenda de viaje, hay algunas fotografías que alcanzó a recopilar.
-Sí, ya recuerdo el nombre; mí hermano mayor viajaba a esos lugares, y cuando se encontraba con Igor en las navidades, siendo apenas un niño, le contaba historias y leyendas de esa zona. –recodaba la madre, mientras su mirada se estrellaba contra el paisaje, y de manera particular en un añoso ciprés, lugar predilecto de Igor durante su infancia.
-¿Aún deseas viajar hasta allá, Helena?
-No lo sé; alguna vez lo conversamos con Igor. –En ese preciso momento, y al contacto con el brazo de Igor, subió por su delicada mano, un cosquilleo que terminó en su hermoso cuello; la respiración se aceleró y un sudor frío cubrió su cuerpo. Guardó silencio ante la experiencia recién vivida y no lo comentó.
-Crees que sería una tontera de mí parte viajar, Margot. –Le dijo a la madre con tono nervioso, con la evidente intención de no darle mayor importancia al fenómeno.
-No veo por qué tendría que serlo, Helena. –Respondió la madre- Hasta te acompañaría en tu viaje, si no fuera por todas las obligaciones que demandan mí presencia a diario.
Por un momento ambas callaron, y en sus cabezas, cada una pensaba en aquel hipotético viaje. Margot pasó su hermosa mano por la frente de su hijo, acomodándole sus cabellos dorados. La ausencia de todo estímulo en él, como era de esperar por su estado, le obligó a retirar aquella blanca mano.
-Haré que preparen el desayuno. –Le digo a Helena, mientras levantaba su grácil figura.- Debes alimentarte bien, estás demasiado delgada. –Le insistió, casi en tono materno.
-Está bien, Margot, tomaré desayuno como me lo pides. –Le respondió con una sonrisa.- Sólo te pido que reemplacen el café por un té, gracias.
La madre salió de la habitación que era inundada por la luz de las primeras horas de la mañana, con aquella sensación que se le había instalado desde el día en que Igor volvió a casa. Era una mezcla de tranquilidad y de vació a la vez; algunas veces aquel vacío ganaba en presencia, lo que se traducía en largas horas de tristeza para el corazón de Margot. Entonces, un llanto liberador acudía a sus ojos, y como una niña indefensa, sólo encontraba el anhelado consuelo en el sueño.

II
-¿Y si te arrepientes una vez estando allá? No podría acompañar tu regreso; nos iríamos con el dinero justo para instalarnos. –Consultaba Igor, con esa mirada socarrona que Helena conocía tan bien.
-No sería la primera vez que viajaría sola. –Respondió de manera altiva a Igor.- Recuerda que realicé una travesía por casi toda Australia hace un par de años. Hasta el día de hoy recuerdo las palabras de mí padre al volver de ese viaje; me miró a los ojos, y luego de buscar quien sabe qué cosa en ellos, me dijo:”No creo que vuelvas a esas tierras” Tenía razón: No pude volver.
Igor recordaba el momento preciso en el que se despidieron en el aeropuerto. Tal vez siempre se amaron; tal vez él siempre la amó. Recordó el brillo en los ojos de ella aquel día; sus manos entrelazadas, como dos niños; el ruido de la terminal aérea, y la risa casi infantil de Helena. Recordó la sensación de vació que se le instaló en el estomago, reconociendo para sí, que era ansiedad de verla partir.
-Sí, y con ello quedó pendiente el boomerang que te pedí, me trajeras. –Dijo en tono de reproche.- Pero bueno, ya que dices que no volverás, tendré que pensar en ora cosa.
-¡Vamos, Igor! No sigas mortificándome con eso. –Le dijo con una mirada de niña mimada.- Te he dicho mil veces que lo tenía pero se extravió.
-Pareces una niña cuando esgrimes tus razones. –Aquella actitud de Helena, generaba en él, la mayor de las ternuras; y ella lo sabía.
-Lo estás diciendo sólo para molestarme, no caeré en tu juego, Igor. –Respondía con tono seguro.- Ahora bien, retomando el tema: te he dicho que me gustaría realizar un viaje como ese. Las fotos que me has mostrado son maravillosas, y en cuanto al clima, podría habituarme.
-En el diario de viaje que me obsequió el tío Anatol, describe muy bien las fluctuaciones térmicas de esa región –Helena lo miraba con atención.- Los inviernos son fríos y con mucha nieve; los veranos son más bien templado. Existe allí, una zona que concentra un gran número de ventisqueros, por lo que el paisaje se torna espectacular; también deja descrito algunos lugares que se prestan para la ganadería; inclusive, se pueden explotar rutas de navegación para el intercambio de mercaderías.
-Es una pena que haya muerto el tío Anatol –Se lamentó Helena- Recuerdo el sombrero que solía vestir. Era hermoso y con una pequeña pluma en un costado; su aspecto gastado por el tiempo, le daba su personalidad ¿Dónde quedó ese sombrero, Igor?
-Lo tengo en la maleta grande de viaje. –De manera ágil se dirigió hacia una pieza contigua, para volver con el sombrero puesto.- ¿Cómo me veo, Helena?
Ambos se veían hermosos en aquella escena. Así mismo, algo de ellos daba la apariencia de sana teatralidad; como si se tratara de una pintura impresionista.
-Te queda bien; permíteme intentarlo. –Tomó el sombrero ofrecido por Igor, y dirigiéndose a un espejo, se lo acomoda.- Creo que me queda mejor a mí.
Igor quedó mirándola y sonrió al ver que se veía hermosa con el sombrero de su querido tío Anatol. La contempló un buen momento y no pudo negar la realidad.
-Tienes toda la razón Helena, te queda mucho mejor.
En ese momento, entró Margot a la habitación y se unió a la risa que ya estaba instalada en los dos.
-Qué es lo divertido; de qué ríen. –interrogó Margot.
-Nada madre, Helena ha ganado un sombrero. – Contestó Igor.
-Quédense ustedes charlando, mientras yo ocupo el resto del día en reparar el techo del granero. –Pidió a ambas mujeres, mientras se aprontaba a abandonar la habitación.- Espero que nos acompañes al almuerzo, Helena.
-Claro que sí. –Se adelantó Margot, a responder por su amiga.- Tenemos algunas cosas que charlar ¿Te parece, Helena?
-Me encantaría. –Respondió.- Hace tiempo que nos debemos un almuerzo.
-Entonces, será mejor que me retire rápido. –Dijo entre risas, Igor.- Dos mujeres charlando, es peligroso.
Los tres rompieron en carcajadas mientras él se retiraba.

III
-¡Helena! En dónde están tus pensamientos, niña.
Volviendo en sí, Helena se incorpora de la cama donde yace Igor, y se dirige hacia Margot que traía el desayuno ofrecido hace un momento.
-Discúlpame Margot, estaba distraída. –Con ademanes nerviosos se dirige hacia la mesita junto a la venta, donde la esperaba Margot.
Helena sabía que tarde o temprano realizaría el viaje a aquellas tierras de las que tanto hablaba Igor. Esa posibilidad le causaba alegría en su corazón, y quizá, esa fue la razón principal para dar forma definitiva a al viaje. Comparaba la experiencia de aquel viaje a Australia, con éste; analizaba los impulsos y motivaciones en uno y otro. En aquel, se presentaba sólo como lo que fue: Una búsqueda de experiencia a partir de lo desconocido; en éste era distinto, lo intuía como un reencuentro, como si algo en aquellas latitudes, aguardaba por ella. Esto último tenía que ver, no sólo con la experiencia y motivación que le entregara Igor, era algo que nacía en ella, desde la profundidad de su alma. Hubiese sido absurdo negarse a aquel impulso, tampoco correspondía a su naturaleza. Sí, lo más probable que antes del fin de aquella primavera, estaría emprendiendo una nueva travesía. Buscaría el mejor momento para comunicárselo a Margot, y como en toda empresa a la que se lanzaba, pondría lo mejor de ella para lograr su objetivo. Intuía el apoyo incondicional de Margot para ejecutarlo; sólo le preocupaba el dejar a Igor, y en ese motivo radicaba su aprensión.
Mientras Margot servía el té con maravillosa precisión, sus pensamientos mortificaban su corazón con sombras y culpas, las que no hacían otra cosa, sino amargar su bella figura. Muchas veces pensó en dejarle morir en su lecho; no entregarle las medicinas diarias; decirle con gritos en su cara:” ¡Sí no quieres vivir, entonces muere de una vez!” Pero luego se veía llorando a los pies del lecho, implorando perdón por sus palabras; que no sabía lo que decía; que era cansancio de verlo sufrir. Margot siempre fue una mujer fuerte; hija única de un acaudalado terrateniente, supo de chiquilla los beneficios de la disciplina; su padre sentía profundo amor por ella, y secreta admiración, por su temprana templanza para tratar con la adversidad. Pero lo ocurrido a su hijo la sobrepasaba por momentos; existían días que era tal el estado de letargo en que se encontraba, que le era imposible abandonar su alcoba, entonces, la empleada de la casa, de manera diligente se hacía cargo de todo. Al día siguiente amanecía más despejada y con ánimos, al menos para tomar alimentos, lo que siempre alegraba a su empleada “Si usted no come, se me va a enfermar, señora” le decía acongojada acercándole un plato de caldo, cuando estaba en esos “días negros”. Las visitas de Helena le asentaban bien, le alegraba poder compartir con ella algunas horas; sobre todo, sabiendo la amistad que mantenía con su hijo.
Las dos se sentaron junto a la mesita que contenía el desayuno traído por Margot; la luz que ingresaba por entre las cortinas, iluminaba toda la habitación; Igor, en su lecho, yacía inmóvil como saboreando ese instante; la brisa que entraba empujando las cortinas, traía aromas de césped recién cortado y del añoso ciprés; los sonidos que delataban la actividad de la casa, llegaban atenuados hasta ese tranquilo lugar. La conversación, que comenzó girando en torno a frivolidades, no era otra cosa, sino aquello que se vuelve necesario, para poder dejar en evidencia, aquellas cosas de las que en realidad se quiere hablar. Así fue como charlaron de amigos, moda, vacaciones, y también viajes. Y en este último punto, Helena vio la oportunidad de hablarle a Margot del viaje que pretendía realizar.

IV
-Hace algunos días que tengo la intención de compartir contigo una idea. –No era habitual ver a Helena, con el ánimo turbado. La seguridad en sus palabras, sólo se veía en apuros al abordar temas que le causaban verdadera inquietud.
-Te escucho, Helena. –Respondió Margot, mientras bajaba la taza con toda tranquilidad, hasta posarla en el platillo, provocando el característico sonido de la porcelana.
-Creo que es hora de emprender un viaje, Margot.
Los ojos de Helena, se nublaron al pronunciar aquellas palabras; pareciera que una mezcla de emociones se apoderaba de su ahora, frágil cuerpo. De manera inconciente, buscaba la aprobación de Margot ante su propuesta.
-Me alegra escucharte hablar de un nuevo viaje, Helena. –Ella Intuía cuál era el posible destino de este.
La respuesta de Margot, liberó de un peso enorme a su amiga. Los ojos de ambas brillaban por la noticia y el resto de la conversación giró en torno a un sin fin de detalles que generaba la intención de Helena.
En un momento de la conversación, se abordó el principal motivo de dudas en Helena: era Igor el que la retenía; era su amigo que necesitaba de ella (al menos, así lo creía); era todo el tiempo de ambos reducido en un lecho.
-Creo que él estaría contento con la idea; es más, creo que te alentaría a realizarlo.
Helena caminaba por la habitación mientras escuchaba a su amiga; sabía que Margot tenía razón en sus palabras. Se aproximó al lecho de Igor, y sentándose a su lado, confirmó a su amiga la intención de viajar.
-Creo que será lo mejor: viajaré a Sudamérica.
Al momento de pronunciar esas palabras, sintió aquella corriente subir por su brazo hasta llegar a su cuello, pero esta vez no retiró la mano del cuerpo de Igor, sino más bien, se dejó acariciar por esta. Girando suavemente su cabeza en dirección a Margot, le preguntó:
-¿Lo sientes, ahora?
-Viaja, Helena; viajen de una vez. –El cuadro era evidente, por primera vez, en todo ese tiempo, Margot sentía a su hijo allí.
-Llevaré su maleta y el sombrero de Anatol. –Le comentaba con alegría renovada a Margot.
-No olvides el cuaderno de viaje de mí hermano, podrás encontrar muchos datos que sin duda te servirán. –Aportaba con ideas y entusiasmo su amiga.
Desde ese día y hasta el momento que partió Helena, una nueva esperanza se instaló en el hogar de Margot; una esperanza que no le permitió recaer en aquellos estados de dolor, en esos “días negros” como ella les decía. Con aquel amor renovado que manifestaba esperanza, fue vistiendo su corazón; inclusive, ahora hablaba con su hijo cuando estaba junto a él.
-¿Estás segura que no quieres que te acompañe hasta el aeropuerto?
-Descuida Margot, lo prefiero así; no quiero iniciar mi aventura con lágrimas. –Le respondía Helena, tomándole las manos.
-Está bien amiga.
-Te escribiré sólo una vez que esté instalada.
Helena soltó las manos de Margot, y dirigió sus pasos hasta la escala que la llevaría a la habitación de su amigo; su alma estaba tranquila y expectante ante la despedida; por un momento sintió la escala mucho más extensa de lo habitual. Recorrió el breve pasillo para quedar justo bajo el dintel de la puerta de la habitación; caminó con paso tranquilo hasta el borde del lecho de su amigo Igor.
-Hasta pronto, Igor; te estaré esperando. –Le dijo al oído de su amigo.
Inclinó su hermosa cabeza, hasta posar sus labios en los labios de Igor. No hubo lágrimas en esa despedida, sólo aquella energía fluyendo entre los dos.

V
Estimada Margot:
La ansiedad de saber que estarás leyendo esta carta, sólo será calmada con tu pronta respuesta.
Después de un tiempo de ajuste en el cuál me vi forzada a residir en un hotel, por fin puedo escribir estas líneas desde mi domicilio particular. Cuánta razón tenía tu hermano, Anatol, cuando se refería a estas tierras. He podido emprender un pequeño negocio de dulces y pasteles, el cual me ha permitido mantener, si bien es cierto de manera precaria, un ingreso constante. Ya vendrán esos días en los cuales éste incipiente negocio, crezca con el amor que lo alimento.
El paisaje social es variado, pero con un elemento común: la amabilidad. Siempre están dispuestos a ayudarte frente a alguna duda o para realizar algún trabajo que requieras. Entre las mujeres de la zona nos entendemos bien, y contra todos mis prejuicios, no han llegado a mis oídos, comentarios adversos por mí independencia. Esto ha hecho que valore de mejor manera a toda esta gente, que al igual que yo, luchan a diario para mejorar sus vidas.
Te he de contar, Margot, que fuimos con un grupo de amigos a celebrar la navidad en un bonito local parecido a una taberna. Es un local de larga tradición, donde se juntan amigos, turistas y comerciantes a disfrutar y compartir. Pues bien, resulta que el dueño del local y su esposa, conocieron al tío Anatol, sí, tu hermano. No sabes cuán grande fue mí sorpresa, al mostrarme fotografías de aquellas personas, junto al tío Anatol. La emoción fue evidente, y no pude contener algunas lágrimas al acercarme, con esas fotografías, a todo aquello que en esos momentos, estaba tan distante de mí. No sé si era efecto del tiempo que ha pasado desde mí despedida con Igor, y la emoción de encontrar un rastro de tu hermano en estas tierras, pero el parecido que encontré entre ambos es sorprendente. Fue una noche mágica para mí, Margot; no quería que el tiempo pasara; por algunas horas, sentí que Igor estaba junto a mí. ¿Esto es amor, amiga?
Otra cosa que cautiva al forastero, es su paisaje; nada se le compara en belleza y hostilidad a la vez. Sus vientos, así como limpian de nubes los cielos, luego traen nubarrones soltando el aguacero. No podrías caminar en un día de tormenta contra el viento: mejor encorvar la espalda y buscar rápido el refugio. Sus canales, cuando se pueden navegar, son de hermosos tonos turquesa; los hielos se aferran a las rocas para no ser devorados por las aguas, crujen como dientes de gigantes, mientras resbalan sus portentosas figuras; aún me asombra cómo crece aquella espesa selva austral en esos trozos de cordillera. Tendrás que venir, y ver con tus ojos tanta hermosura.
Lee esta carta junto a Igor, estimada Margot; comparte con él, toda esta doble alegría mía de poder enviarte estas líneas, y de estar cumpliendo algo que ambos nos propusimos. Quiero pensar que pronto terminara esta horrible pesadilla, y que como de un mal sueño, Igor despertará. Dile que tiene razón sobre el tipo de embarcación que se requiere para realizar viajes turísticos; que no olvide que me enseñará el nombre de algunas constelaciones de este lado del cielo; que ya he avanzado algo, pero que lo necesito; que le mostraré algunos textos que también he escrito. Quiero con estas palabras, amiga, darte todo el ánimo que necesitas: Has sido valiente, y de ti he aprendido mucho. Perdona que me torne sentimental, pero la proximidad del fin a esta carta, hace que se agolpen en mí, todos aquellos sentimientos que aún no tienen palabras.
Dejándote a ti e Igor, mis mejores pensamientos, se despide:
Helena.

VI
Al terminar de leerle la carta a su hijo, Margot comenzó a doblar con cuidado las hojas, y las dejó entre las páginas de su diario; en éste guardaba todo lo que tuviese un valor especial para ella; sus manos acomodaban con delicadeza una serie de papeles y fotografías que con el tiempo había reunido. Hace mucho que esperaba noticias de su amiga Helena; pensó en algún momento, buscar la manea de hacer contacto con ella, en consideración al tiempo que había trascurrido sin tener novedades. Para su alegría, aquella carta llegaba a su hogar en el momento indicado; como cuando un niño está a punto de romper en sollozos, y encuentra el consuelo materno. Así era la tranquilidad que estas simples líneas de su amiga, generaban en ella. Una de las últimas cosas que contenía el sobre, era una hermosa fotografía de Helena tomada a la entrada de su casa.
-Mira, Igor, incluye también una fotografía de ella. Fue realizada a la entrada de su casa, al parecer. –Le comentaba a su hijo.
-Se ve hermosa y feliz; pero mira, no creerás este detalle: está vistiendo tu sombrero. Tenías toda la razón al decir que le quedaba mejor a ella. Se puede apreciar un poco del paisaje, también. ¡Qué linda se ve!
Margot estaba feliz de poder compartir aquella buena noticia. Le comentaba cada detalle de aquella fotografía a su hijo. Luego volvía a la carta buscando algún párrafo; ahora buscando alguna fotografía que ella atesoraba. Todo lo comentaba con Igor; como si él pudiese escuchar ¿Podía? ¿Estaba Igor, escuchando a su madre? Quizá así era, dicen que los milagros existen. Tal vez Igor, en su cabeza, ya estaba junto a Helena, y las palabras de Margot, eran su mejor impulso.
-¿Recuerdas esta fotografía que te tomé junto al ciprés, Igor? No tenías más de seis años, y ya eras un mar de travesuras. Te veías hermoso vistiendo aquel traje, y con aquellas sandalias que tanto te gustaba calzar ¿Recuerdas?
-Aquí hay otra junto a tu telescopio, creo que tenías doce años. -Tomando la carta de Helena, y buscando el último párrafo, le dice a Igor:
-Aquí te recuerda que le debes enseñar algunos nombres de constelaciones que se pueden ver en aquellos cielos. Una vez me dijiste que…
En ese momento, la mano de Margot, siente mover el brazo de Igor. Como un rayo dirige su mirada hacia el brazo de su hijo, y de allí, hacia sus ojos: Igor, había regresado.

domingo, julio 12, 2009

Alameda, esquina San Ignacio

-Qué estará esperando que no sale de ahí. Hace como una hora que cambió la luz del semáforo y aún no se mueve...
-(claxon)
Una cosa era no interrumpir la clase del kindergarten, manteniendo una actitud de orden y disciplina; y otra muy distinta, entender qué era lo que se le intentaba decir a través de la clase. Algunos años antes, hacía inteligible el fenómeno de la obscuridad y su implicancia; entonces, la actividad quedaba circunscrita al interior de la casa, lugar que siempre resultaba peligroso por sus múltiples restricciones impuestas por los padres, especialmente por la madre. Asomado algunas veces a la ventana que daba al patio, creyó verse a sí mismo con sus juguetes entre el manto de obscuridad. Alentado por su precoz ingenio, creó en una oportunidad, un juego que le permitió generar su propia obscuridad nocturna: Tomó una caja de cartón (de calzado, para ser más exacto) y le realizó un pequeño agujero por donde podía ver a su interior; acto seguido, cubrió algunos juguetes con la caja y miró al interior por el orificio, constatando que dentro de la caja, ya era de noche; con la excepción de algunos rayitos de luz que se colaban por los bordes de la caja, en contacto con las irregularidades de la superficie del suelo.
Ahora sucede que debería conformar su propio grupo familiar, permitiéndole canalizar tanta cosa que sucede en su interior; somatizando en cuerpos ajenos, miedos y afectos que le son inherentes desde su nacimiento, o quizá desde su concepción. Entendiendo con los años, y ante su manifiesta vejez, que toda vida, es apenas un intento.
La fila comienza lentamente a moverse.