martes, mayo 19, 2009

La congoja de Ovidio

Me propongo llegar a la cita comenzando el verano boreal; no porque me disguste la idea del invierno, sino más bien, porque esta última, a mí parecer, es para disfrutar en casa, junto a mis libros y escritos. Tengo una pequeña ventana en el estudio que da al jardín, y en las tardes de invierno, con su brevedad de luz, disfruto del paisaje que se ofrece entre lluvias y noches de tormenta.
La travesía debía comenzar los primeros días de Abril, y con tal propósito, elevé anclas desde el puerto de Valparaíso, contemplando desde cubierta, un leve otoño que se dejaba asomar entre el paisaje y la gente. Tomé rumbo sur, con lo cual dejé en evidencia la intención de salir en demanda de los terribles mares australes del Cabo de Hornos. En aquella hostilidad aparente del paisaje, podría invocar a los tiempos, para que hicieran posible mí viaje hasta uno de los personajes más recordados de la poesía latina del primer siglo, me refiero a Publio Ovidio, hombre alegre y virtuoso que pasó sus últimos años en la soledad de la relegación.
Es curiosa la sensación que se experimenta al viajar por un océano como el Pacífico: con sus aguas hermosamente azules, acompañadas de una brisa salobre y fría, da la impresión que en las noches estrelladas, la embarcación remontará desde las aguas, en dirección a esas luces que acompañan el viaje. Hermoso. Al dejar atrás las costas de la isla de Chiloé, comencé a prepararme para enfrentar la parte difícil de este periplo. Luego de unos días, estuvimos en posición para enfrentar la entrada al Cabo de Hornos, y con ello, dar inicio a la travesía por el tiempo. Los cielos se cubrieron de espesos nubarrones, liberando con furia toda su carga de agua sobre nuestras cabezas; los vientos sacudieron la embarcación, sin enterarse se nuestra presencia, ni del esfuerzo titánico que se realizaba para no zozobrar; la noche con su obscuridad, parecía prolongarse a través de las horas del día, aumentando el desconcierto; grandes descargas electromagnéticas se dejaban caer sobre las aguas, alumbrando con sus destellos, formas monstruosas que adquirían las terribles aguas australes. No recuerdo por cuánto tiempo se prolongó la travesía, lo único que importó, fue el arribo milagroso al océano que nos recibió del otro lado de manera más benigna. Comenzamos a subir por el Atlántico, ahora con dirección Norte, a una distancia prudente de las costas, intentando verificar el paisaje que se lograba apreciar desde la embarcación. Al desplazarnos sobre los cuarenta grados de latitud Sur, tomé un catalejo, escudriñando el paisaje costero cada cierto tiempo. Al enfrentar la desembocadura del llamado Río de la Plata, pudimos constatar que ya no existía la gran Buenos Aires; en su lugar, sólo se apreciaba vegetación y fauna endémica, lo cual confirmaba el éxito de nuestro viaje.
Seguimos navegando entre sueños y neblinas, hasta enfrentar las columnas de Hércules; inmediatamente se puso rumbo Este, a travesando las aguas del mar Mediterráneo. Siempre a resguardo de la mirada de la población, intentaba apreciar con la ayuda de mí adminículo óptico, el desarrollo de la vida cerca de las costas, ora de la península hispánica hacia norte, ora de la costa de África hacia el sur; también las de la península Itálica con su mar tirreno; el Peloponeso y su mar jónico; para ingresar finalmente en el Egeo, salpicado de islas. Al entrar al estrecho Helesponto (Dardanelos), se hacia más cercano el encuentro, y con ello aumentaba mí ansiedad. No fue problema navegar por aquel estrecho hasta alcanzar el Propóntide (Mar de Mármara) Ahora sólo faltaba cruzar el Bósforo y estaríamos, con un mínimo de esfuerzo, navegando en el Ponto (Mar Negro) en dirección a Tomis (Constanza, Rumania) Me acerqué a la costa en un pequeño bote, dejando a la nave mayor, oculta en el obscuro piélago que se nos ofrecía como refugio.
Les dejo algunos fragmentos que recuerdo, junto a este insigne escritor de todos los tiempos.

-Ha debido ser el mejor de los hados, que acompañó tu arribo hasta estas costas, mí célebre Ferragus.
-Enhorabuena, Publio, amigo. Cuántas preguntas podrán saciarse con tus palabras.
-Ven, acércate a este fuego nocturno que recién comienza. También podremos beber y comer mientras charlamos. ¡Por Minerva, salud!
-¡Salud!
-Dime, dilecto amigo, si tu corazón no se contrista más aún, cuánto tiempo llevas en estas tierras.
-Estoy próximo a cumplir sesenta años, y los últimos ocho los he pasado en estas tierras hostiles, por un error absurdo.
-Luego preguntaré por la razón de tu relegación, Publio. Háblame de tu niñez ¿Gustas?
-Un joven brillante y afortunado era en aquellos tiempos. Mí ilustre familia del orden ecuestre, me trajo al mundo en Sulmona, a setecientos once años de la fundación de Roma (43 AC) Tuve un hermano mayor por un año, su muerte prematura modificó de manera definitiva el sentido de vida y muerte en mí. Veinte años tenía él, cuando partió de este mundo.
- ¿Por qué, o de dónde viene este amor por las letras, Publio?
-Siempre he sido de una sensibilidad evidente. Todo me enternece; cualquier cosa despierta en mí los más variados estados de ánimo. Sumado a esto, está la educación que he recibido; el dominio de las letras; el buen arte de la retórica, la elocuencia en general. ¿Quieres que te confiese algo, Ferragus?
-Sí, dime. No calles.
-Cuando joven, en la escuela junto a mis maestros, acometía con una declamación ficticia, esta me salía de manera inevitable como poesía en prosa.
- ¡Quién lo diría, la poesía te tuvo de temprana edad!
-Mis maestros sabían de esta inclinación. Y te puedo decir que tuve a los mejores, como lo fue Arelio Fusco o Porcio Latrón, condiscípulo de Séneca.
-Y tus escritos de aquellos tiempos…
-La mayoría de ellos fueron a dar al fuego. Había en aquella actitud, algo de insatisfacción e inseguridad con lo hecho hasta ese momento. El gran Mesala Corvino me impulsó a entregar mí obra al público. Inspiración parecida obtuve del gran Tibulo, al que lloré por su temprana partida en una elegía que titulé ‘amor’
-La muerte de Tibulo, ocurría a setecientos treinta y seis años de la fundación de Roma (18-19 AC) Un año antes, partía el gran Virgilio de este mundo.
-Así es, Ferragus. Ahora deben estar deleitando a los dioses con sus letras.
-Siempre rechazaste cualquier promoción al senado romano, tampoco quisiste deliberar como abogado ¿Por qué?
-Me gusta la vida suave y tranquila, es mí temperamento; no hubiese podido tomar la actitud del abogado que declama por uno u otro bando, sería corromperme a través de las palabras.
-la obra ‘Arte de Amar’ es Ovidio, ¿Qué piensas, estás de acuerdo?
-Es un buen trabajo, realizado con todo el fuego de la vitalidad; pero también existen otras bastante buenas. Por nombrar algunas, diría la ‘Heroidas’,’Amores’ incluso ‘Las metamorfosis’ donde intento una suerte de relato etiológico de la mitología. Hace poco terminé otra que llevará el titulo de ‘Pontica’ Veremos.
-Ya ha transcurrido gran parte de la noche, y no quiero dejar de preguntar por el motivo de tu relegación, Ovidio.
- Te he de decir, Ferragus, que me prometí no hablar de la razón especifica; lo único que te puedo confesar, es que mi desgracia se vio confirmada por el solo hecho de presenciar el delito; esto no me vuelve cómplice, sino más bien, un desgraciado testigo.
-Tuvo que ver en algo la obra ‘Arte de amar’
-Se podría decir que sí, pero la verdad fue sólo una medida de distracción para ocultar la razón verdadera. Si te das cuenta de los hechos, la obra supuestamente cuestionada sólo fue retirada de las bibliotecas públicas; otras obras de otros autores, fueron simplemente destruidas.
-Se te considera afortunado por lo leve de la pena impuesta por Augusto, pudiendo conservar todos tus bienes y titulo, y sobre todo, la ciudadanía. Tu tercera esposa, Iuvenis, perteneciente a la gens Fabia, puede administrar toda tu hacienda.
-Ella es un gran apoyo en esta miseria mía, Ferragus. Seguiré insistiendo con Tiberio, ahora que ha muerto Augusto, para que recapacite, al menos, el lugar de mí relegación.

(Mientras Ovidio decía esas palabras, no podía dejar de pensar en lo inútil de sus pretensiones; que todos sus esfuerzos resultarían vanos; que moriría definitivamente aquí, donde hace ocho años, los peores hados sellaron su aciago destino)

-Te deseo buen ánimo, Ovidio. El mundo sabrá valorar tu arte, y encontrará en tu poseía, una de las voces mayores de este tiempo. Así lo creo.
-Amigo Ferragus, has venido de tan lejos sólo a alegrar mí corazón. Te pido que guardes estas líneas, para que estas, una vez yo muerto, acompañen mi tumba en Roma.

(Tomé el papel que me extendía, y lo guardé en mis ropas)

-Está bien, querido Ovidio; la madrugada ya empuja las sombras de la noche, debo volver a la nave oculta entre las sombra. Mí tierra ya reclama el retorno.
-Adiós, Ferragus.

Una vez que abordé la nave mayor y nos dispusimos al ansiado retorno, sentí el frío viento besando mi rostro y la imagen de aquel hombre volvió a despedir mis sueños. No pude decirle que ni siquiera podría volver a su suelo, en Roma.
Mientras daba lo orden de elevar anclas, y la nave se ponía lentamente en movimiento, desplegué el papel que me entregara Ovidio; leí de su líneas: “Yo, que yazgo aquí, festivo cantor de los tiernos amores, soy, ya muerto, Ovidio, poeta por mi ingenio. A ti que pasas, si alguna vez amaste, no te sea pesado decir: Descansen en paz los huesos del poeta.”

4 comentarios:

Anabel Rodríguez dijo...

Un viaje largo y hermoso, creo que aprenderé tu técnica para desplazarme con la misma celeridad y entusiasmo hacia alguien, hacia algún momento, a donde mi curiosidad me llame. Aunque será complicado, pero siempre puedo utilizar el rio que baña mi pueblo para salir al mar.
Ovidio se alegró con tu visita, yo hago lo propio con tu entrada.
Me alegra que el inicio del verano boreal, te traiga de nuevo al blog, espero que te mantenga en él durante mucho tiempo, porque se te echaba de menos.
Abrazos

Ferragus dijo...

Grato es leer tus líneas, Anabel. La verdad, fue un viaje fabuloso; luego contaré una historia increíble que nos relatara uno de nuestros tripulantes, durante una cena en pleno Atlántico, cuando volvíamos a casa.
Sabes, quede largo rato en tu frase “…pero siempre puedo utilizar el rio que baña mi pueblo para salir al mar.” Hay en ella, un hermoso sonido.
Gracias una vez más, por tu visita, Anabel.

Un beso, desde éste lado austral.

SBM dijo...

Estimado Sr. Ferragus, a medida que leia también he hecho un viaje a través del tiempo, más corto eso sí: a mi segundo y tercer curso de Bachillerato Unificado Polivalente (BUP para abreviar) en el que se traducía a Ovidio, Cesar y Cicerón.
Me ha gustado mucho el relato, y el gusto y precisión con la que has escogido cada palabra. Deberíamos hablar así en nuestra vida diaria.

Ferragus dijo...

Saludos, estimado SBM.
Alegra tu visita, y la amabilidad hacia el texto. Haz hablar a Cicerón, estimado amigo; dinos qué palabras has escuchado de él.

Un abrazo, SBM