jueves, octubre 30, 2008

De copas

(O tres canciones, para un no adiós)

Supuestamente estaría con un grupo de amigos, celebrando la promoción de la que fue objeto, por su brillante desempeño laboral. Se despidió de sus compañeros de oficina y con un alegre “Hasta mañana…” se retiró por los pasillos de la empresa que había confiado a él, el desarrollo de las estrategias comerciales en un mercado, que se volvía cada vez más impredecible.
Hacía mucho no sentía la calle bajo sus pies; dejar la mirada descansar en otros rostros, que presurosos, se dirigían hacia todos lados. Ese día también prefirió dejar su coche en casa y olvidarse de la tensión diaria que produce el conducir. Necesitaba estar consigo mismo y replantearse algunas cosas que no estaban, según él, en su mejor momento. El viento de una insinuada primavera, sumado al ruido de una ciudad que bulle, le entregaba un sentido de pertenencia que extrañaba desde algún tiempo. Se alegró de ver acertada su decisión de caminar la ciudad en busca de nada específico.
Sin desearlo quizá, sus pasos lo llevaron hasta un pequeño bar que frecuentaba en sus días de soltería. Entró sin pensarlo y escogió un lugar bien ubicado, que le permitiera ver el paisaje de la calle a través de un ventanal. Se acomodó en su silla, alcanzó su celular desde un bolsillo y lo apagó. Mientras lo volvía a guardar, se le acercó la persona que atendería su pedido y le hizo entrega de la carta acompañado de un saludo cordial. La miró por cortesía, pues él ya había determinado su elección, inclusive, antes de ingresar al bar. Realizó el pedido y la persona se retiró solícitamente.
Mientras miraba hacia el exterior, comenzaba a sonar de fondo “Stay (faraway so close)” del grupo U2, y con el sonido de aquella canción, emergió el motivo que lo mantenía en un estado parecido a la tristeza. En un impulso, intentó conseguir un cigarrillo, el cual había dejado hace un par de años. Afortunadamente pudo contenerse y relacionar su deseo con una imagen de él mismo, hace algunos años atrás. Se contuvo. Esbozó una sonrisa al darse cuenta que en su mesa ya se encontraba su pedido, y él ni siquiera se había percatado. Tomó su vaso y le dio un primer sorbo, que inundó agradablemente toda su boca.
Cómo explicarle a ella que ya no sentía lo mismo; que las cosas habían cambiado, no por decisión de él, sino por el paso del tiempo que todo lo muda y trastoca. Que ya no se veía reflejado en los ojos de ella. Que la sonrisa de antes, se había vuelto mezquina con la relación de ambos, y un silencio se instalaba presagiando el final intuido por él. Le dolía el recuerdo de sonrisas entre los pasos apurados ante la sorpresa de una lluvia. Su espalda ya no era la misma; su aroma inclusive, era distinto. Un pelo tinturado escondía la belleza ausente de un cabello que se apagaba. El saludo de rigor de las mañanas, el sexo repetido en una formula ya aprendida hasta la saciedad. Hasta compartir las comidas se volvía precario.
Hoy se lo diría; a que prolongar esta situación desgraciada. Se guardarían mutuo cariño. Sería una actitud madura mirarse y decir adiós. Es que hay que poner punto final cuando las cosas se vuelven inmanejables. Después de todo, no sería él el primero en tomar una decisión de este tipo. Las estadísticas le daban la razón. Lo importante era causar el menor daño posible en su entorno cercano. Después de todo fueron varios años de estar juntos y compartir un mismo techo. Ella se quedaría con el departamento y él con el coche. Tampoco necesitaría los muebles en un primer momento. Quizá, el equipo de audio y su colección de discos.
Afuera comenzaba a obscurecer, y las imágenes comenzaban a perder sus colores, volviéndose monocromáticas por la falta de luz. Pidió la cuenta para aprovechar de caminar la escasa claridad que quedaba en el ambiente, y marcharse a casa donde lo aguardaba su realidad. Encendió su teléfono, comprobó varias llamadas perdidas. Tomó la cuenta, dejó una propina y se marchó. El alcohol en su sangre le hacía percibir de manera mucho más amable su entorno. Enderezó su espalda, contrajo los hombros y se dispuso volver a casa a terminar de una vez, con lo que él creía, se estaba volviendo en una relación desastrosa.
Hizo detener un taxi, le entregó la dirección y el chofer se dirigió sin dilación al domicilio solicitado. Miraba por la ventana del coche las imágenes, que de manera presurosa, pasaban como una película que intentaba grabarse sobre otra ya filmada. Una donde existía el rostro de aquella mujer, a la cual se disponía a abandonar. Un nudo se formo en su garganta al ver una publicidad de una marca de automóvil que a ella le encantaba, y que fuera relevante al momento de adquirir su actual coche. La tibieza que había al interior del taxi, reconfortaba el frío que venia generándose en su interior. Escuchó con una extraña mezcla de sensaciones, un tema que sonaba en la radio del taxi “The universal” del grupo Blur; se dejo inundar por la música y comenzó a viajar lejos de allí. Una vez que llegaron a destino, canceló el taxi y descendió tranquilamente. Al comenzar a recorrer la distancia que separaba la calle de su departamento, sintió el motor del taxi que lo había traído, confundirse con el ruido sordo de la calle, hasta que finalmente, desapareció.
Introdujo la llave en la cerradura de entrada, se armó de valor para enfrentar la realidad para la que supuestamente, se había preparado. Giró la llave y con esto abrió la puerta e ingreso a su morada. La mujer apareció como casi todas las tardes, desde el pasillo que daba a la recámara. Lo miró con profundo amor en sus ojos; él, casi como un niño debilitado por las fuerzas del amor que lo superaba, se aproximó a ella y la abrazó como no lo hacía hace mucho tiempo –Cómo estás, cariño- Le dijo ella, con su voz que lo envolvía todo –Bien. Ahora bien, amor- Le contestó sin soltarla de ese abrazo. Mientras, en la radio comenzaba a sonar “I’am not in love” del grupo 10cc. y la noche traía tranquilidad a una ciudad que se adormecía.

jueves, octubre 23, 2008

En la cordillera

Sentó su cuerpo en aquella cornisa de hielo, agotado por el esfuerzo de subir hasta allí. Con cuidado dejó colgar sus piernas cansadas por la ascensión. Era una vista maravillosa ¡Dios mío, como le recordaba a su planeta natal!