jueves, julio 24, 2008

Glaciar austral

El pequeño barco avanzaba decidido, rompiendo con su proa el mar encerrado entre aquellos canales de un continente que a esas latitudes, se despedaza; transformándolos en laberintos líquidos, refugio de hielos, nubes, vientos y mar.
En poco menos de cuatro horas estaría cerca del gigante de hielo, que recostado sobre trozos de cordillera pareciera que derrite sus pies en el mar. Entonces el viento, como centinela de los fiordos, vuelve lento el desplazamiento de la nave, las aguas embravecidas obligan al pequeño barco a desarrollar toda su potencia para no zozobrar. Con mí cuerpo aterido por el viento austral, me asomo por el lado de babor para intentar ver de cerca esas aguas verdosas que ya se las quisiera Caribdis para atrapar a Odiseo. Cruje una y otra vez la nave ante la fuerza de aquel elemento; vórtices de agua emulando bocas dentadas dispuestas a devorar todo lo que caiga en sus terribles fauces. Le doy una mirada al capitán de la nave, que con sus dientes apretados pero una mirada desafiante, me da la tranquilidad que aleja de mí el desastre. Los aguaceros se suceden uno tras otro, impidiendo inclusive, mí visión; se me aconseja ingresar a la nave para capear el ventarrón, pero yo, por una porfía inexplicable emanada, quizá, de mis instintos más primitivos, me niego: -¡No, estoy bien! aquí está el prodigio de la creación; la fuerza de los elementos; respiro bocanadas de hilo, respiro vida- Me dieron ganas de ser paisaje, sentía temblar mí cuerpo -Quiero ser cordillera, ahora viento, ahora hilos- Sí, estaba embriagado de vida…
Al llegar a un remanso, dejamos la embarcación y empezamos la última etapa del viaje a pie. Luego de dejar la orilla, ingresamos a una zona de bosque austral donde mis pies se hundían en el musgo flanqueados por enormes helecho, tal era lo ubérrimo de la vegetación. Inquieta la vida de aquella zona por nuestra visita, se manifestaba en sonido de diferentes aves que alertaban al resto de la llega de extraños. Mí ignorancia sobre la fauna de aquellos paisajes, me impidió reconocer a la mayoría de ellos. Enterrados en esa vegetación, sólo me quedaba confiar en la experiencia de nuestro guía, él era conocedor de aquella zona, su desplazamiento era seguro y nunca maltrató siquiera una rama en su avance por ese paisaje maravilloso.
Luego, como de la nada, percibí un ruido traído por el viento, era como un crujido de madera amplificado, algo así como el sonido que hacen los barcos de madera ¿Lo has escuchado? Después de remontar una pequeña loma, nos encontramos con aquel gigante de hilo recostado sobre trozos de cordillera. Infinitamente azul se dejaba observar en toda su dimensión; me acerqué lo más que pude para intentar decirle algo; qué cosa más irracional ¿Cierto? Quería decirle que era hermoso, que lo respetaba, que no se molestara por invadir su reino helado. Estaba vivo, se acomodaba entre las rocas cordilleranas y precisamente de allí provenían esos crujidos que escuchara momentos antes. Sobre sus piernas, un manto de polvo cubría su milenaria estructura. El agua al parecer le exigía tributos, porque a los pies de él, varios trozos de hilo danzaban hasta morir. Sólo pude estar a sus pies en aquella visita y la verdad, sentí que así debía ser. Las despedidas no me agradan; antes de partir lo mire fijamente hasta donde mis ojos alcanzaban, al fondo, perdido entre nubarrones adivinaba su sonrisa, me di media vuelta y me marché. No quise mirar nuevamente, me dolía el tener que partir.
Una vez que estuve a bordo de la nave y que el capitán enfilara con rumbo a Puerto Natales, un prodigio ocurrió ante mis ojos: Un arco iris apareció en el estrecho que navegábamos, de orilla a orilla me decía adiós.

lunes, julio 14, 2008

Vicuña Mackenna

Un día extrañamente soleado sobre Santiago fue el escenario de una nueva visita a un museo ubicado en el centro de ésta capital, que desde mis días de colegio no visitaba. En una suerte de digresión, comentaré lo extraño de ese día soleado considerando la estación en que nos encontramos: otoño. De él, a la fecha, nada se ha visto aún; la falta de su contundente presencia que a parte de manifestarse en la caída de hojas, también se veía reflejado en vientos fríos y nubes en altura; de todo eso, de su ocre presencia: Nada.
Con el predominio de esas condiciones climáticas, e intuyendo la presencia de cenizas a gran altura sobre la ciudad, patrocinado por la actividad volcánica en la zona austral de Chile, comencé un recorrido sobre objetos que pertenecieron a un personaje público y quien dedicará todo su esfuerzo, a mejorar el rostro de una nación que se arremolinaba en su capital. Este personaje (ilustre a mí entender) fue el señor Benjamín Vicuña Mackenna.
No quiero referirme al hombre hecho personaje, tampoco a su ascendencia y privilegios concordantes con sus responsabilidades, sino más bien a la psicología de este hombre. Y para lograr este cometido debemos situarnos en el tiempo con el cual tuvo que vérselas nuestro ciudadano.
Corría un joven siglo diecinueve cuando nació nuestro hombre, su patria daba los primeros pasos como república y requería de todo el esfuerzo y trabajo de su gente. Él lo supo no por una cuestión instintiva, sino más bien, por una educación que lo llevó a despertar de manera organizada aquellas ansias de libertad e igualdad de los hombres. Profundamente americanista, entendió el fenómeno que se estaba germinando en cada uno de los pueblos de este joven continente. Fue así que se lanzó en esta empresa que tenía como fin, lograr el bienestar de su gente a través del acceso de todos sus ciudadanos a la organización del nuevo estado. Entendió de manera muy clara una frase que para nosotros es casi un cliché: Justicia social. Conoció de cerca los principios de los movimientos anarquistas de aquella época; conoció a Francisco Bilbao, destacado por su intransigencia con las clases dominantes; Santiago Arcos y su fuerte influencia revolucionaria francesa; conoció los principios de la llamada “sociedad de la igualdad”. En fin, entendió todas las vertientes que se desarrollaban, no sólo en Chile sino también en el resto de América. Un dato no menor, fue alumno de uno de los hombres más destacados de América: Andrés Bello.
Le provocaba dolor la presencia de niños en medio de la miseria humana; lugares que se prestaban para el desarrollo de los vicios y conductas degradadas. Esto hace pensar en un hombre que se conmovía ante el dolor ajeno. Sabía que el estado era impotente ante esa realidad de sus compatriotas, eran los llamados “desheredados” Quizá ese dolor que él palpaba; esa carencia de toda oportunidad; la degradación más brutal de la condición humana, fue el impulso para desarrollar su proyecto de vida que se vio materializado en sus múltiples cargos públicos, los que tenían como objetivo el bienestar de una ciudad para sus habitantes. Fue así como se empeño en organizar el crecimiento de la ciudad; rescatar lugares para el uso público; preocuparse por el abastecimiento de agua potable; emprender proyectos de seguridad ciudadana, entre los más destacados.
Su pluma no fue menor; numerosos libros alcanzó a escribir, entre los que he tenido la oportunidad de leer destaco: El ostracismo de los Carreras; Guerra a muerte; Diego Portales. Entre otros.
Entonces usted comprenderá, estimado lector, la agradable sensación que sentí al salir de este museo que recuerda a uno de los hombres preclaros de mi patria. Camino por una avenida que lleva su nombre y entre los rostros que se cruzan ante mí, me voy perdiendo entre esa multitud, conformando un futuro que imaginó un hombre hace muchos, muchos años.

martes, julio 01, 2008

Ciudadano XXI

¿Se siente por momentos como un mimo? ¿No le ha ocurrido que avanzando por la ciudad en un día cualquiera, siente que sólo nos falta la cara pintada de blanco? Quizá, esta sensación nos señalaría que tenemos más cosas en común con otros de lo que quisiéramos reconocer.
La humanidad está mostrando una cada vez mayor independencia en sus individuos. Estos son más proclives a construir una realidad a partir de sus experiencias elementales y en buscar respuestas por cuenta propia. Se aleja de aquellas que daría un líder, ya sea éste político o religioso; se da a la tarea de cuestionarse a sí mismo y también de cuestionar al medio social en el que éste se desenvuelve. Comienza a ser menos gregario y se acercaría a un individuo de perfil librepensador. Esta escisión empezaría a manifestarse con la falta de interés en procesos eleccionarios o en otras variedades de convocatorias civiles, por ejemplo. Un sistema que no tenga integrado este tipo de fenómeno, corre el riesgo cierto de experimentar debilitamiento en su cohesión, dando incluso lugar a levantamientos sociales poco afortunados, representados por un caudillo popular que tendría que ver con una cuestión de residuo mediático, más que con una imagen de estabilidad, contenido y propuesta. Sin embargo, los sistemas políticos actuales, en su gran mayoría, también han ido evolucionando junto con éste nuevo personaje social.
(En esta realidad se da un jueguito interesante con ribetes perverso entre “él” y “ellos”. “ellos” acusan a “él” de una carencia absoluta de “ellos” en su “él”; y por otro lado, “él” sospecha la manipulación del “ellos” por parte de un “él” encubierto ¿Entendió?)
En mí caso, encuentro riesgoso aventurar un pronóstico sobre el destino de éste nuevo individuo, no obstante, existen efectos que ya se hacen notar y no serían precisamente de mi agrado; éste dice relación con el debilitamiento de la imagen de familia. Si bien es cierto no creo que desaparezca en el tiempo, sí observo una tendencia a darle un carácter más utilitario y menos humanista. Cosas de éste nuevo siglo, lo mejor es pasar a servirse un café. ¡Ah! y sonría…