jueves, junio 19, 2008

De hoteles y despedidas

…La amable señora de tez blanca y cabellos rubios, nos condujo junto a mí padre a una casa que se ubicaba en un sector próximo al hotel. Este último se encontraba a toda su capacidad de pasajeros por el inesperado arribo de un grupo de trabajadores forestales que efectuaban labores en la cordillera. Mientras avanzábamos, escuchaba el ruido tan particular de las pisadas sobre el camino; por momentos aquellos pasos entraban en sincronía y semejaba una marcha, luego esa sincronía era interrumpida por el cambio en el ritmo de alguno de los integrantes del grupo, volviendo a aquel ruido inicial de múltiples pisadas que se iban perdiendo en el silencio de una noche que ya se anunciaba.
Al llegar a destino, no pude apreciar en su totalidad la casa que nos acogería por una noche, nuestro arribo a la misma se produjo cuando la oscuridad de la noche estaba ya tendida sobre el paisaje. La entrada estaba precedida por un parrón vetusto que se extendía por unos treinta metros hasta la puerta de entrada. Una señora anciana salió a recibir a los inesperados pasajeros y sostuvo una breve conversación con nuestra guía que nos condujo hasta allí. Luego, girando sobre sus talones nos dijo: -Está todo arreglado, dormirán acá y el desayuno lo tomarán en el hotel; por favor, disculpen el inconveniente, los espero antes de las ocho. Buenas noches- Y se marchó.
Con una cierta incomodidad entramos con mí padre a un ambiente que sugería la interrupción en la marcha del tiempo y el predominio de una época que se había quedado estancada entre los muebles y las paredes; parecido a lo que ocurre cuando un curso de agua arrastra todo a su paso, excepto, lo que contiene un vórtice formado en algún tramo de la orilla de aquel curso.
La habitación que tengo disponible para ustedes se encuentra en el segundo piso, es pequeña pero con una bonita vista –Habló la anciana, dirigiéndose a nosotros- Suban las escaleras, al final del pasillo la puerta que estará a su izquierda, el baño es la puerta de la derecha. –Y continuó diciéndonos- Ustedes disculparán que no los acompañe, pero a mí edad ya no me es fácil subir aquellas escaleras. Que tengan buenas noches. –Buenas noches, gracias- Respondimos casi a dúo con mí padre.
Cuando llegamos al segundo nivel, pudimos observar un pasillo que contenía cuatro puertas por lado; la nuestra era la última de ellas y hacia ella nos dirigimos presurosos. Verificamos la puerta del baño previamente, según las instrucciones recibidas y nos encerramos en nuestra habitación a descansar del día de trabajo y a hacernos cargo de esa realidad que nos fuera impuesta por un hecho fortuito.
Recuerdo las miradas que nos cruzábamos con mí padre mientras hablábamos de cualquier cosa, eran miradas de disculpas, de un “no fue mi intención” o quizá de un “disfrutemos de esto” En el momento no lo supe descifrar, o talvez no quise por temor o simple negación: Él estaba partiendo y yo no quería aceptarlo. Mientras hablábamos, sentados cada uno en sus camas y disfrutando de un cigarrillo, miraba las sombras de nuestros cuerpos proyectadas en el piso de madera; no era yo más aquel niño de sombra reducida ante la de su padre. Ahora nuestras sombras se veían iguales, se confundían entre el humo, las risas y la conversación. La noche se detuvo a contemplar la escena entre aquellos dos hombres que se despedían.
Una vez que estuvimos acostados y la luz apagada, nos dirigimos algunas palabras que hacían referencia a la ornamentación de la habitación. Esta contenía una gran cantidad de libros de diversos temas y autores. Curiosamente, siendo yo un lector regular, no tomé ninguno de ellos para hojearlos un momento. A mí padre le ocurrió algo similar, pero lo atribuyó al cansancio acumulado. Reímos un momento más imaginando títulos posibles de esa improvisada biblioteca que hicimos crecer abarcando las cuatro paredes de una habitación que ya no pertenecía a la casa de huéspedes, sino más bien, a una dimensión que nos atraía a un centro apenas sospechado.
Luego que fuéramos vencido por el sueño y la noche volviera a su trabajo apurada por un amanecer que le seguía de cerca, descansamos y soñamos un sueño que lo intuí compartido por ambos mas nunca mencionado. Tampoco fue necesario. Cuando amaneció, mí padre se levantó primero y yo seguí sus pasos. Luego de terminar con la etapa del baño y una vez que estuvimos vestidos, nos dispusimos a abandonar aquella casa que nos acogiera por una noche. Esta vez caminamos muy despacio para evitar despertar a supuestos huéspedes que ignorábamos. Una vez que estuvimos en la planta baja, dudamos en despertar a la anciana para avisar nuestra partida; optamos por seguir nuestra retirada con el menor ruido posible. Al llegar a la puerta, empezamos a recorrer el parrón que nos conducía hasta la calle y una vez allí, comenzamos a caminar en dirección al hotel para desayunar, nos sentimos como estar regresando de un viaje largo que no teníamos considerado, no obstante, en aquel viaje supimos con certeza nuestros destinos inexorables. Desde ese momento y hasta el día en que él partió, todo fue complicidad y alegría.

domingo, junio 15, 2008

Intermedio II

Al terminar el texto dedicado a Alonso de Ovalle, quedé con una sensación de tranquilidad con un cierto contenido de alegría. En un principio, no supe la razón que motivaba ese estado; luego de algunos días llegó a mí la respuesta: Era la existencia de un personaje que se relacionaba con el primero. Este hombre fue Manuel Lacunza. Los dos en cuestión compartían la misma orden religiosa, ambos era jesuitas y ambos nacieron en Chile.
No ofenderé a Plutarco con algún intento de mí parte en realizar una Vidas paralelas, no; pero sí prepararé un texto a este otro hombre que aunque no se conocieron, ambos compartieron un suelo común; espero publicarlo próximamente.
Por momento, publicaré un texto en el cual describo una experiencia vivida con mí padre hace algunos años y que se volviera capital en la vida de los dos. Este texto está basado en un viaje (¿iniciático?) al sur de Chile a una localidad llamada La unión.

jueves, junio 05, 2008

El libro y usted

Cuál es el método que usted utiliza para elegir un libro.
Existe una gran variedad de prensa escrita y electrónica que nos pueden dar una mano a la hora de escoger un libro. Esto incluye también a los programas televisados, en los cuales se aborda la cuestión literaria a través de autores consagrados o emergentes. Claro que aquí el concepto es un poco más amplio el cual nos permite conocer la psicología del invitado, al individuo que se pregunta, se contradice o reinterpreta el estado de una humanidad que ha transitado por un devenir hecho historia hasta él.
Otro método utilizado es cuando alguien que forma parte de nuestro circulo cercano, ya sea en la oficina o en un grupo de amigos, nos recomienda cierto titulo que a esta persona le parece interesante. El conocimiento que tenga usted de ésta persona obviamente le ayudará a decidir sobre la recomendación.
El caso de las “Ferias de libros” ya sean estas nacionales o internacionales; donde se reúnen escritores y editoriales, me generan cierta sospecha. No obstante, reconozco que en aquellas se puede encontrar un titulo seleccionado previamente.
Existe aún otro método el cual pienso que es más interesante. Se trata de las referencias que existirían al interior de una obra la cual estamos leyendo. En el transcurso de ésta, van apareciendo ciertos hilos que nos llevan a enfrentar a otros autores y sus obras. Quizá, no es la primera vez que sabemos de ellos y esto funcionaría como una especie recomendación inconsciente, que inexorablemente, nos lleva a la búsqueda de aquel otro autor; azaroso ¿Cierto?